Desde hace décadas, el avance de las naciones se ha medido a partir
de su crecimiento; es decir, a partir del aumento en la cantidad de
bienes y servicios que se han producido en una economía durante un
periodo determinado.
Se trata del principal referente del dinamismo; ya que una economía
que crece es capaz de generar riqueza, empleos y oportunidades de
desarrollo para su población. No crecer limita el desarrollo de un
país; y decrecer pone en riesgo el bienestar y el futuro de las
sociedades.
Por esta relevancia en el crecimiento, implícitamente, el incremento
del Producto Interno Bruto también se ha convertido en la vara que
mide el desempeño de los gobiernos. Desde luego que no debe ser el
único parámetro para considerar cuando se califique a una
administración pública. Pero negar la importancia del crecimiento
es cerrarse las puertas del desarrollo.
El pasado viernes 23 de agosto, en Villahermosa, Tabasco, el
Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, aseguró
que para su gobierno era más importante el desarrollo que el
crecimiento. Y también indicó, que crecer es crear riqueza,
mientras que el desarrollo es crear riqueza y distribuirla.
Ante el primer planteamiento, en Coparmex señalamos que el
crecimiento y el desarrollo están estrechamente relacionados entre
sí. No se entiende el uno sin el otro. Puede haber crecimiento sin
desarrollo, pero nunca podrá haber desarrollo sin crecimiento
económico.
El crecimiento es la base para lograr el desarrollo integral de la
población.
Un desarrollo –en el más amplio sentido de la palabra– que
incluya desarrollo humano; es decir, condiciones de seguridad, acceso
a una educación de calidad, con servicios de salud y, desde luego,
con acceso a una pensión digna para el retiro.
Un desarrollo físico, con obras y proyectos de infraestructura
básica, como carreteras, puertos, aeropuertos, alcantarillado y red
eléctrica.
Y también, un desarrollo tecnológico que genere innovación y
empleos, elevando la productividad del país.
En suma, se tiene que buscar un desarrollo continuo y
multidimensional, para todos los estados del país, para todos los
sectores de la economía y para todos los estratos de la sociedad.
La fórmula es impulsar una economía con crecimiento constante para
alcanzar un desarrollo integral que nos lleve al bienestar de la
población en el largo plazo.
A pesar de las muchas tareas pendientes que dejó la administración
federal anterior, es justo reconocer que el Gobierno de México
recibió condiciones propicias para lograr crecimiento, desarrollo y
bienestar.
Recibió una economía estable en sus fundamentales macroeconómicos,
abierta al mundo y sumamente diversificada –con menor dependencia
del petróleo y con cada vez mayor actividad en industrias de alto
valor agregado.
Recibió un país de instituciones, con solidez democrática y plena
estabilidad social.
Con casi nueve meses de la nueva administración y en las vísperas
de su Primer Informe de Gobierno, en Coparmex compartimos la
preocupación de diversos sectores de la sociedad, ante el aparente
estancamiento de la economía; confirmado hace unos días, con la
revisión a la baja por parte del Instituto Nacional de Estadística
y Geografía (INEGI), sobre el nulo crecimiento del Producto Interno
Bruto para el segundo trimestre del año.
La cifra del 0.0 por ciento de crecimiento, con datos ajustados por
estacionalidad, rompe el segundo planteamiento hecho por el
Presidente; ya que sin crecimiento económico, no hay riqueza que
distribuir en la población. Aquí yace la gravedad de una economía
que no crece.
Más allá de las explicaciones técnicas detrás de este dato, hay
que señalar a la falta de confianza y certidumbre como el principal
responsable de este precario desempeño de la economía.
A nadie escapa que las acciones del Gobierno de México –como la
cancelación de obras y contratos, la terminación de instituciones o
la excesiva concentración en el poder presidencial– han generado
un clima de desconfianza, que a la postre, obstaculiza el
crecimiento.
En Coparmex, hacemos un respetuoso llamado al Gobierno de México,
para trabajar en revertir esta alarmante tendencia de nuestro
crecimiento. A fin de recuperar su dinamismo, urgentemente, México
necesita volver a ser sinónimo de certidumbre y confianza.
Certidumbre en las reglas, a través de leyes estables, aplicadas de
forma consistente y con condiciones parejas.
Confianza, mediante el cumplimiento de los contratos por actores
públicos y privados. Es decir, predictibilidad para las
inversiones, especialmente las de profundo calado y las de largo
plazo.
Falta mucho por hacer, pero con certidumbre y confianza, es posible
generar las condiciones que nos permitan transitar del crecimiento
inercial de los últimos 30 años, hacia una nueva etapa de
crecimiento sostenido.
Tenemos que propiciar la llegada de nuevas inversiones productivas y,
con ello, abrir la puerta de más empleos y más desarrollo
tecnológico, sobre todo en los sectores estratégicos de la economía
como el energético y el de la construcción.
El objetivo es liberar el potencial de nuestra economía, como un
medio para propiciar el desarrollo, abatir la pobreza y alcanzar una
mejor calidad de vida para las familias mexicanas.
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