Por Sebastián Fleisman
Así como la Edad de Piedra se terminó porque evolucionamos, la era de las oficinas convencionales llegará a su fin porque el espíritu de los tiempos marca una nueva dirección, encaminada por la pandemia de COVID-19, que obligó a las empresas a adoptar el trabajo remoto, una modalidad que para muchas de ellas llegó para quedarse con vacuna o sin ella.
La razón es sencilla; el home office propone en su concepción un grado mayor de libertad (dónde trabajar, cómo organizar tu agenda y con quiénes deseas rodearte la mayoría de tus horas productivas). Sin embargo, la pandemia nos exige restricciones y confinamiento, lo que empaña sus aspectos positivos intrínsecos, por lo que hay que reconocer que no estamos experimentando el trabajo remoto, sino una cuarentena laborable.
Lo favorable de este periodo es que ha quedado demostrado que el teletrabajo es una alternativa y una opción económicamente conveniente, administrativamente eficiente, técnicamente factible, personalmente beneficiosa y socialmente aceptable.
Además de que ya es sabido que no habrá un vuelta a la normalidad como la conocíamos, y aún habrá que hacerle frente a la “cepa británica”- que es 70 por ciento más contagiosa y un 30 por ciento más mortal que la original- o la variante sudafricana, reduciendo la eficacia de las vacunas de Pfizer y Moderna.
Y aunque la vacunación, ya puesta en marcha, será de gran ayuda para combatir la pandemia por COVID-19, la directora general adjunta para Programas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Soumya Swaminathan, advirtió que, aún con todas las protecciones, “las personas vacunadas pueden contraer el virus y contagiar”. Es decir, el medicamento previene padecer el cuadro de la enfermedad, lo cual no implica no tener la carga viral.
En otras palabras: un empleado vacunado podría tener COVID-19 y ser asintomático, lo que significa que sería contagioso por lo que no se deberá eliminar el uso de cubrebocas, la sana distancia y las medidas de higiene.
Ahora bien, si se opta por el regreso a las oficinas, hay que tener en cuenta la responsabilidad legal que tienen las organizaciones, por lo que será necesario tomar medidas preventivas para minimizar la probabilidad de convertirse en un foco de contagios, que derivaría en una avalancha de demandas que comprometerían a la empresa financieramente.
Y si bien las organizaciones podrían ayudarse de pruebas a sus empleados permitiendo la rápida detección de contagiados; también es arriesgado: los test son imperfectos y podrían resultar en falsos negativos. En ese caso ¿de quién sería la responsabilidad?
Como dice Philippe Lupien, arquitecto y profesor de diseño ambiental en la Universidad du Québec à Montréal "los empleadores tienen la responsabilidad con sus empleados de protegerlos, incluso entre sí".
En ausencia de reglas claras, las empresas deberán transitar en la cuerda floja entre decisiones conservadoras y temerarias, ponderando fríamente el riesgo y costos, porque abrir las oficinas podría representar más problemas que beneficios.
Probablemente, en tanto la cultura y el marco legal del país lo permitan, la forma de salir adelante sería un equilibrio entre protocolos oficiales que promuevan la reapertura de las oficinas y cierta moderación en las responsabilidades de las organizaciones; excepto en casos de imprudencia, negligencia grave o mala conducta, pero esto es impensable en la mayoría de las sociedades de América Latina.
También, hay que considerar que el último estudio del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos confirmó que las gotas flügge que emanamos durante un solo minuto de una conversación genera más de mil gotas que tienen una carga viral que dura hasta 14 minutos.
Ello, sumado a que la vacuna no impide el contagio, nos lleva a predecir que el futuro en las oficinas parecería ser bastante aislado, por lo que cada vez se aleja de ser una opción para las grandes compañías; como Facebook, donde hasta el 50 por ciento del personal puede hacer home office, tanto para satisfacer los deseos de los colaboradores como para promover las economías más pequeñas contratando personas de otras localidades.
Este es solo uno de tantos ejemplo que hay de compañías que han descubierto que la eficacia no se mide por el número de horas en una oficina, sino que por el contrario, dar a las personas la libertad de elegir dónde trabajan aumentará la eficacia; brindar flexibilidad conduce a un mejor equilibrio entre la vida laboral y personal; y una estructura distribuida lleva a mejorar prácticas, procesos, además de herramientas de comunicación y colaboración.
Por ello, es claro que el futuro no está en el retorno, sino en continuar construyendo hacia adelante.
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