Laura
Castillo García
Vocera
del Movimiento Antorchista en el Estado de México
Por
un momento me pareció que los muchos años de trabajo, esfuerzo y
lucha recibían por fin su recompensa: miles de niños humildes,
regados por todo el parque ecoturístico El
Chimalhuache, reían
en el paseo en lancha que daban junto a sus padres; corrían y
gritaban en los juegos
acuáticos; comían
golosinas o con gran entusiasmo recibían la comida que sus mayores
preparaban en los asadores o degustaban mariscos, tostadas o tacos en
el restaurante que se encuentra a un costado del lago artificial que
abrió sus puertas el pasado 10 de abril y que es absolutamente
accesible a sus bolsillos.
Ahí estaba
una representación de la clase trabajadora que gana entre 750 y mil
500 pesos a la semana; sí, esa que vive en los cerros, las barrancas
o vecindades porque no le alcanza para pagar una renta en el centro
de las ciudades; los de ropa modesta y zapatos gastados paseaban con
sus hijos de la mano, se tomaban selfies con sus parejas o con toda
la familia: abuelos con andar cansino, gente que vive con el pesar de
alguna discapacidad por haber sufrido accidentes cerebro vascular o
automovilísticos y los pequeñines que, de la mano de los adultos,
miraban sorprendidos el lago y disfrutaban del entorno, pero aún más
de la convivencia con sus padres, con quienes conviven poco durante
la semana porque, para llegar a sus trabajos, deben salir de sus
casas entre 4 y 5 de la mañana
Fue
como vislumbrar el futuro de los desposeídos: vivir en una sociedad
con justicia social, en donde los gobiernos construyan obras no para
disfrute de los ricos, sino para beneficio de los trabajadores que
generan la riqueza social y, paradójicamente, que ocupan los
estratos más bajos de la población. Por lograr ese objetivo,
Antorcha trabaja desde hace 45 años y ahora Chimalhuacán pone un
granito de arena en ese sentido. No obstante, fue tal el impacto que
sufrimos varios que la alegría se nos desbordó por los ojos. Los
detractores y envidiosos dirán que hay que darle dinero a la gente
para que viva mejor (¿cómo hace el Presidente de la República,
pero que no han funcionado?). No, esa no es la solución: los
economistas serios aseguran que es imposible acabar con la pobreza de
un país a través de dar dinero, además de que ningún gobierno
puede hacerlo.
Por
ello, además de brindarles obras que beneficien a los estratos más
vulnerables, los gobiernos deben procurar generar fuentes de empleo
digno y bien remunerado. No obstante, esa alternativa está cerrada
en México debido a que el presidente Andrés Manuel López Obrador
se niega a hacer obras en el país (desapareció el Ramo 23 a través
del que llegaban obras a los municipios); más bien, el gobierno
federal le ha apostado a la entrega de dinero directo que es la
compra anticipada de votos, mas no inversión para que la gente
progrese y tenga momentos de felicidad, como en estos momentos sucede
en el municipio de Chimalhuacán, Estado de México.
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