Aquiles
Córdova Morán
Algunos
por menosprecio (no creen que valga la pena el esfuerzo); otros por
consigna de sus medios o de sus clientes; otros más por incapacidad
mental o escaso dominio de su oficio; el caso es que todos los
comunicadores que, en uno u otro momento y por una u otra razón, se
han ocupado del Antorchismo, empiezan su tarea con una imagen
totalmente negativa de lo que es, hace y vale el Movimiento
Antorchista Nacional, asumiendo como verdad inicial lo que debiera
ser la conclusión final de su investigación. Tal certeza
apriorística no es, en rigor, un verdadero juicio, sino un
prejuicio, algo preconcebido sobre lo cual, curiosamente, se piensa
que no hay razón alguna para dudar. Quien lo hace suyo, pues, no
vacila en colocarlo como la piedra angular de discurso ulterior.
¿De
dónde nace este prejuicio y por qué confían ciegamente en él?
Pienso que la explicación radica en que el horizonte mental de los
comunicadores se forma enteramente dentro del ambiente político
dominante en la escena nacional desde hace más de un siglo, con
apenas ligeras variantes, y en estrecho y permanente contacto con él,
puesto que allí está su materia de trabajo. Por tanto, todos sus
conocimientos, todo el material informativo que poseen y las formas y
procedimientos lógicos que aplican a esa realidad, acaban
convirtiéndose en una segunda naturaleza, en una cárcel mental de
la que les es imposible salir voluntariamente. La actualidad sobre la
que trabajan se vuelve un límite infranqueable para ellos.
Después
de un tiempo suficiente largo, se encuentran tan familiarizados con
tal ambiente, lo han recorrido y estudiado tantas veces encontrándose
siempre con las mismas cosas, con los mismos hechos y fenómenos, que
inevitablemente llegan a la conclusión de que ya lo saben todo de
él, que lo conocen todo y que nada nuevo ni sorprendente pueden
razonablemente esperar. Se tornan escépticos y cínicos; y, como
toda víctima inconsciente de un estereotipo, se vuelven incapaces de
reconocer lo nuevo cuando se encuentran con él; evitan tratar de
estudiarlo y entenderlo y se limitan, simple y llanamente, a negarlo.
A renglón seguido, lo someten al lecho de Procusto de sus prejuicios
y de las formas mentales a las que están acostumbrados. La
caricatura que de semejante tratamiento resulta, tiene muy poco qué
ver con la verdadera naturaleza del hecho cuya novedad los ha
desafiado.
No
conozco absolutamente a nadie, ni jamás he leído nada, artículo o
libro (hay muchos de lo primero y varios de lo segundo), que diga
algo serio, bien documentado y digno de atención sobre el Movimiento
Antorchista Nacional. Hay unanimidad entre los opinadores (unanimidad
que no nace del estudio sino de algo mucho más facilón pero mucho
más alejado del rigor de una verdadera investigación: del hecho
simple de que se copian unos a otros y, llegado el caso, se citan
recíprocamente para probar que les asiste la verdad) en el rechazo,
la condena y el menosprecio hacia nuestro movimiento. Coinciden en
considerarnos, en el mejor de los casos, una de tantas organizaciones
creadas para provecho y encumbramiento político de sus líderes,
aprovechándose cínicamente de la necesidad y la escasa cultura de
sus bases. ¿Por qué? Porque ese es el tipo de organización con el
que se han encontrado siempre.
Pero
lo más frecuente es que se nos trate y retrate como la peor de
todas. Para medios, reporteros y columnistas, somos un engendro, una
calamidad social que ha hecho de la protesta pública una jugosa
industria para sacar dinero de las instituciones y funcionarios,
dinero que ha servido para enriquecer escandalosamente a los líderes.
Se nos llama chantajistas, corruptos, nepotistas, invasores, grupo
paramilitar, brazo armado del PRI, grupo de choque… y agréguele,
amigo lector, todo lo que su imaginación le sugiera. ¿Y en qué se
funda tan impresionante máquina de descalificaciones? Aunque usted
no lo crea, la respuesta es: ¡en nada! ¡Absolutamente en nada que
merezca el mínimo respeto! Su verdadero sustento radica en la
credulidad que le suponen al gran público; en la imposibilidad del
ciudadano común para exigir pruebas de lo que se le asegura o para
buscarlas por sí mismo; en el poder de penetración y manipulación
de los grandes medios masivos y en el “prestigio” de ciertas
“vacas sagradas” del periodismo usadas como boca de ganso para
vender mentiras.
Una
vez convertida en certeza probada la caricatura prefabricada por el
medio o por el reportero, todo lo demás va cayendo automáticamente
en su lugar sin necesidad de nuevos argumentos o pruebas específicas.
Todo, absolutamente todo hecho, suceso, evento político-social,
manifestación pública, etc., así sea lo más inocuo o lo más
noble y digno de aplauso, se convierte en prueba irrefutable de los
abusos, los engaños y la conducta delictuosa de la organización
declarada de antemano réproba y criminal. Ya nada puede salvarla de
la condena universal.
Tomo
el caso más reciente, el mismo que me mueve a abordar el tema de
hoy. La reportera de “Televisa”, Fátima Monterrosa, “denunció”
hace unos días un crimen nefando de los antorchistas: resulta que
son dueños de más de 50 gasolinerías en varios estados del país,
lo cual viene a ser sinónimo de delito y prueba irrefutable del
carácter criminal y corrupto de Antorcha y de sus líderes. ¿Por
qué? Porque tratándose de una organización como esa, como la que
la reportera se ha forjado en su imaginación, nada limpio ni noble
puede esperarse de ella. Nada más por eso. Pero vayamos más
despacio.
Primero:
doña Fátima está obligada a decirnos a todos los televidentes por
qué es un delito que una organización política como Antorcha sea
dueña de gasolinerías; debe explicarnos en qué basa semejante
juicio. O dicho de otra manera, debe precisar con toda claridad qué
ley, qué principio jurídico o moral está transgrediendo Antorcha
por ser propietaria de gasolinerías o de lo que sea. Si no lo hace
así, caerá de lleno en la sospecha de haber mentido por consigna y
por conveniencia, no importa si personal o por órdenes del medio en
el que labora.
Segundo:
la reportera mencionada asegura que “la mayoría” de esas
gasolinerías fueron adquiridas durante el sexenio del Lic. Peña
Nieto. Es decir, insinúa que son concesiones ilegítimas (tal vez,
digo yo, el pago a nuestros servicios de brazo armado del PRI). No
dice, o no sabe, que varias fueron adquiridas ya en funcionamiento,
es decir, que la gestión respectiva corrió a cargo de sus antiguos
propietarios. ¿También ellos fueron o son brazo armado del PRI?
Exijo, además, que la reportera investigue concesión por concesión,
y que presente la documentación o los testimonios oficiales que
demuestren el carácter ilegal de cada una de ellas, porque no es
difícil entender que la simple fecha de apertura es totalmente
insuficiente para acusar de privilegios indebidos a nadie.
Tercero:
Fátima Monterrosa menciona nombre y apellido de los dueños legales
de algunas de las 50 gasolinerías de Antorcha. No de todas sino solo
de aquellas cuyos propietarios guardan algún parentesco,
consanguíneo o legal, con el líder nacional Aquiles Córdova Morán.
Insinúa que son prestanombres, cómplices del enriquecimiento
escandaloso de dicha persona. En su afán de herir, incluyó a la
señora Lucila Acevedo, dueña de una gasolinería en Tlapa,
Guerrero, quien ya protestó por el error y el daño moral que, a su
juicio, le resulta de la confusión.
Es
verdad que las estaciones de servicio, e incluso todos los
establecimientos de Antorcha, están a nombre de personas físicas,
cosa que tampoco es un delito ni un secreto guardado por nosotros. Se
trata de un recurso provisional debido al apremio de los tiempos y a
la falta de experiencia empresarial, urgidos de desarrollar nuestra
actividad financiera. La selección de tales personas no obedece a
criterios de parentesco sino de confiabilidad a prueba de corrupción,
y no corre a cargo de Aquiles Córdova sino de la Comisión
Financiera Nacional, órgano independiente del Secretario General.
Por cierto, los parientes del líder nacional son la ínfima minoría
de los propietarios legales.
Cuarto:
para disipar cualquier sospecha, exijo a Fátima Monterrosa que
complete su investigación y su denuncia. Que siga el curso de las
utilidades de los negocios “descubiertos” y que encuentre, exhiba
y denuncie penalmente las cuentas bancarias secretas, las
residencias, los departamentos, las colecciones de carros de lujo,
los ranchos y haciendas del líder Antorchista. Quizá así reconozca
que lo que hace Antorcha en el terreno económico la coloca muy por
encima de todo lo que ella haya conocido hasta hoy; quizá entienda
que somos la única organización que vive de su propio trabajo y no
de subsidios oficiales, no de robarse recursos destinados a la gente
o a la obra pública, no de sangrar con cuotas a sus militantes más
pobres. Quizá descubra al fin el absurdo que comete denunciando como
delito algo que ella, y todo el mundo con dos dedos de frente y otros
tantos de buena fe, debieran aplaudir y difundir para ejemplo de
muchos.
Sé
muy bien que “alabanza en boca propia es vituperio”; pero como yo
no dispongo de poderosos medios de difusión, ni de brillantes
defensores a sueldo, tengo que defenderme yo mismo a riesgo de ser
acusado de cinismo en último grado. Afirmo, pues, que mi actividad
pública y mi vida privada pueden competir con el más honesto,
honrado, desinteresado y morigerado de los políticos profesionales
de este país; y que estoy seguro de ganar limpiamente la
competencia. Nací pobre; vivo modestamente (no bebo, no fumo, no voy
nunca de parranda ni a grandes fiestas o lujosos saraos); como lo que
cualquier antorchista con salario mínimo, salvo cuando viajo; no
tengo absolutamente ninguna propiedad ni otro tipo de riqueza
acumulada; amo y respeto a mis hermanos antorchistas de todo el
país, tanto como para no robarles un grano de su mísero patrimonio.
A ellos me debo, por ellos vivo y lucho todos los días, y en ellos
confió para que me juzguen. Y para que me repudien y denuncien si
alguna vez descubren que los engaño. ¿Alguien más levanta la mano?
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