En las últimas
semanas la mayoría hemos tomado un curso rápido de epidemiología.
Conceptos como el ritmo reproductivo básico R0 (número que indica
la cantidad promedio de personas que puede contagiar una persona que
padece COVID-19 y que se estima entre 1.34 y 3.8) y el tiempo que el
virus puede mantenerse infeccioso el aire (se estima un límite
máximo de tres horas) son datos que ya forman parte de nuestra vida
cotidiana.
Para nadie es un
misterio que la ciudad china de Wuhan, donde comenzó la propagación
del COVID-19 ya vislumbra su regreso a las actividades cotidianas
depués de dos meses bajo feroz encierro. La contención del virus en
dicha ciudad no hubiera sido posible sin una serie de estrategias de
seguridad pública que permitieron detener las denominadas cadenas de
transmisión, identificando y aislando aquellas personas contagiadas
o cuya cercanía con personas y lugares infectados pudiesen propagar
el virus.
Una de las
estrategias tecnológicas empleadas por el gobierno chino, apoyado
por gigantes tecnológicos como Tencent o Alibaba fue la creación el
pasado mes de febrero de módulos dentro de apps móviles como Alipay
o WeChat que solicitan una serie de datos personales como el nombre,
fecha de nacomiento, ubicación, historial de viajes recientes y si
alguien ha estado en contacto con alguna persona enferma u
hospitalizada en los últimos 14 días.
Existe poca
información sobre lo que sucede después de que la información ha
sido introducida por el usuario en dicho módulo. Algunos reportes de
prensa indican que la información del usuario se contrasta con bases
de datos pertenecientes de autoridades sanitarias, de seguridad y
transporte, así como información relacionada con las condiciones
sanitarias en la ubicación de la persona. Como resultado, la
miniaplicación presenta en su pantalla un código de respuesta
rápida, también llamado QR y que tiene la forma de un cuadrado
relleno con una matriz de puntos.
Los códigos QR son
descendientes tecnológicos de los códigos de barras empleados desde
la década de 1970. Sin embargo, a diferencia de sus antecesores, que
podían contener hasta 20 caracteres (letras y números), los códigos
QR pueden almacenar hasta 1,089 caracteres distintos además de que,
a diferencia de los códigos de barras que requieren lectores
especializados, los códigos QR pueden leerse con cualquier
dispositivo electrónico equipado con una cámara fotográfica .
Así son los códigos
que se envían a los ciudadanos suscritos al módulo sanitario.
Fuente: World
Economic Forum
El color de este
código de barras indica la movilidad que la persona gozará. Un
código verde indica que el individuo podrá moverse libremente y
entrar a oficinas y transporte público. A su vez un código amarillo
obliga a su portador a mantenerse en casa por una semana mientras que
uno rojo hace que el ciudadano se mantenga en su hogar por dos
semanas. Este código se actualiza cada medianoche de acuerdo con
cambios en la epidemiología de la zona y los movimientos realizados
por la persona en el día.
Reportes de prensa
indican que dicho código QR es empleado en alrededor de 200
localidades chinas para controlar el movimiento de los ciudadanos por
medio de puntos de revisión a la puerta de oficinas, unidades
habitacionales, tiendas y estaciones de transporte público. Las
personas con códigos amarillos y rojos no pueden entrar a dichas
instalaciones y pueden ser amonestadas o incluso detenidas por las
autoridades en caso de no obedecer lo indicado por el código QR.
Taiwán decidió
tomar el mismo principio (usar los datos de localización generados
por dispositivos móviles) aunque en lugar de códigos QR emplea una
app móvil que advierte al ciudadano y avisa a las autoridades si
éste ha salido de su casa por medio del módulo GPS que tiene el
celular y registra sus movimientos. El gobierno de Israel anunció a
mediados de marzo su decisión de seguir los movimientos de pacientes
con COVID-19 tomando datos que las empresas de telecomunicaciones
móviles poseen sobre la ubicación de sus clientes, aunque el Poder
Judicial de ese país revisó y revirtió esta decisión.
No será extraño
que herramientas similares se desplieguen en otras partes para
contener la propagación del virus, aunque seguramente serán sujetas
de un profundo escrutinio legal y ético debido a que por lo menos en
Occidente la privacidad de los datos personales no permite un uso tan
invasivo de la información contenida en dispositivos que nos siguen
a todas partes. Como sea, el teléfono celular será básico, en
muchos lugares del mundo, para combatir la propagación de la
enfermedad en los tiempos por venir.
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