Hay decisiones que se toman cuando una empresa es pequeña y puede darse el lujo de improvisar. Otras llegan cuando el crecimiento exige estructura. En el caso de Margules, la transición ocurrió justo en ese punto medio: cuando el nombre ya empezaba a sonar entre los aficionados al sonido de alta fidelidad, pero los procesos todavía eran artesanales, casi familiares. La necesidad de escalar sin perder el carácter fue, de hecho, el origen de este proyecto. Fue entonces cuando surgió la idea de repensar y contar la historia del control de calidad en Margules, no como un trámite técnico, sino como una filosofía que acompaña cada parte del diseño, la manufactura, el servicio y la evolución de sus equipos.
Al principio, era sencillo mantener el estándar. Cada pieza pasaba por pocas manos y los ajustes podían hacerse en el momento. Pero conforme aumentó la demanda, la empresa tuvo que adaptarse. El primer paso fue cambiar de sede: un nuevo espacio permitió separar físicamente las áreas administrativas de las de producción, y eso trajo consigo un rediseño completo de la planta, ahora basado en principios de ingeniería industrial. Cada movimiento empezó a responder a una lógica de eficiencia, de precisión, de mejora continua. Con ese mismo espíritu, el equipo se dedicó a capacitarse. Se establecieron convenios con universidades, como la Autónoma de Morelos, para aprender formalmente sobre manufactura, procesos, acabados, trazabilidad. La meta era que cualquier persona del equipo pudiera replicar un modelo con los mismos resultados. Que la calidad dejara de depender de un solo experto.
Desde entonces, la producción de Margules se sostiene sobre un sistema de planeación que cruza datos de demanda con proyecciones anuales, juntas quincenales, revisiones internas, evaluaciones técnicas y ajustes continuos. La misma lógica se aplica al diseño: antes de iniciar un ciclo de manufactura, se revisan posibles modificaciones, se afinan detalles, se documentan cambios. A cada unidad le corresponde una hoja de control. En ella se anotan especificaciones técnicas, mediciones, parámetros. Cada etapa del proceso está sujeta a revisión.
Esa cultura de precisión también se extiende a los proveedores. Muchos de ellos comenzaron siendo pequeños talleres, igual que Margules en sus inicios, y han crecido de la mano. Hoy se consideran socios clave. Se les asesora, se les capacita, se les pide que documenten cada iteración del producto. Por ejemplo, en el caso de los chasises metálicos, cada pieza se diseña en programas como AutoCAD o SolidWorks, se acuerdan los procesos con el proveedor y se conservan versiones anteriores fuera de línea, para poder dar servicio a modelos que llevan años en circulación.
No se trata solamente de producir bien, sino de dar servicio incluso cuando ya pasaron muchos años desde que un equipo salió de fábrica. Aunque la trazabilidad completa de todos los modelos antiguos aún está en desarrollo, hoy se cuenta con registros detallados de los últimos años, lo que permite hacer mantenimientos precisos y garantizar el funcionamiento de cada unidad. Y si llega un equipo viejo a las manos del área técnica, el objetivo siempre es el mismo: que suene como el primer día.
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