sábado, 23 de agosto de 2025

Detrás del sonido: la filosofía de excelencia de Margule

 


Hay decisiones que se toman cuando una empresa es pequeña y puede darse el lujo de improvisar. Otras llegan cuando el crecimiento exige estructura. En el caso de Margules, la transición ocurrió justo en ese punto medio: cuando el nombre ya empezaba a sonar entre los aficionados al sonido de alta fidelidad, pero los procesos todavía eran artesanales, casi familiares. La necesidad de escalar sin perder el carácter fue, de hecho, el origen de este proyecto. Fue entonces cuando surgió la idea de repensar y contar la historia del control de calidad en Margules, no como un trámite técnico, sino como una filosofía que acompaña cada parte del diseño, la manufactura, el servicio y la evolución de sus equipos.

Al principio, era sencillo mantener el estándar. Cada pieza pasaba por pocas manos y los ajustes podían hacerse en el momento. Pero conforme aumentó la demanda, la empresa tuvo que adaptarse. El primer paso fue cambiar de sede: un nuevo espacio permitió separar físicamente las áreas administrativas de las de producción, y eso trajo consigo un rediseño completo de la planta, ahora basado en principios de ingeniería industrial. Cada movimiento empezó a responder a una lógica de eficiencia, de precisión, de mejora continua. Con ese mismo espíritu, el equipo se dedicó a capacitarse. Se establecieron convenios con universidades, como la Autónoma de Morelos, para aprender formalmente sobre manufactura, procesos, acabados, trazabilidad. La meta era que cualquier persona del equipo pudiera replicar un modelo con los mismos resultados. Que la calidad dejara de depender de un solo experto.

Desde entonces, la producción de Margules se sostiene sobre un sistema de planeación que cruza datos de demanda con proyecciones anuales, juntas quincenales, revisiones internas, evaluaciones técnicas y ajustes continuos. La misma lógica se aplica al diseño: antes de iniciar un ciclo de manufactura, se revisan posibles modificaciones, se afinan detalles, se documentan cambios. A cada unidad le corresponde una hoja de control. En ella se anotan especificaciones técnicas, mediciones, parámetros. Cada etapa del proceso está sujeta a revisión.

Esa cultura de precisión también se extiende a los proveedores. Muchos de ellos comenzaron siendo pequeños talleres, igual que Margules en sus inicios, y han crecido de la mano. Hoy se consideran socios clave. Se les asesora, se les capacita, se les pide que documenten cada iteración del producto. Por ejemplo, en el caso de los chasises metálicos, cada pieza se diseña en programas como AutoCAD o SolidWorks, se acuerdan los procesos con el proveedor y se conservan versiones anteriores fuera de línea, para poder dar servicio a modelos que llevan años en circulación.

No se trata solamente de producir bien, sino de dar servicio incluso cuando ya pasaron muchos años desde que un equipo salió de fábrica. Aunque la trazabilidad completa de todos los modelos antiguos aún está en desarrollo, hoy se cuenta con registros detallados de los últimos años, lo que permite hacer mantenimientos precisos y garantizar el funcionamiento de cada unidad. Y si llega un equipo viejo a las manos del área técnica, el objetivo siempre es el mismo: que suene como el primer día.

Fundada en México en 1927, Margules es una de las empresas más prestigiosas del mundo en sistemas de audio de alta fidelidad. Pero más allá de sus equipos (que combinan ingeniería analógica con precisión artesanal), Margules se ha especializado en algo todavía más complejo que es crear emociones a través del sonido. Su filosofía parte de una premisa sencilla y poderosa, no diseñan bocinas, diseñan atmósferas.

Sus sistemas no están pensados para sonar fuerte, sino para sonar bien. Para integrarse en el espacio, respetar la arquitectura del lugar, potenciar su narrativa. Es la diferencia entre un restaurante donde la música se reproduce y otro donde la música se interpreta. El sonido se vuelve un elemento activo de la experiencia, y cuando eso sucede, cambia la percepción del comensal. Se siente más cómodo, más conectado, más receptivo.

Una de las tecnologías más distintivas de Margules es su sistema ANA® (Alineación Neuro-Acústica), que trabaja con principios psicoacústicos para alinear las frecuencias y crear un entorno sonoro que el cerebro interpreta como emocionalmente armonioso. El resultado no solo se escucha, se siente. Y ese es el verdadero lujo: uno invisible, pero profundamente efectivo.

Restaurantes de alta gama, conceptos de autor, bares boutique y espacios multisensoriales han comenzado a integrar este tipo de soluciones en su diseño desde la primera etapa del proyecto. Ya no se trata de poner una bocina en la esquina y conectar Spotify. Se trata de elegir el sonido como parte de la identidad del lugar.

Un ejemplo notable es cómo algunos restaurantes que integraron sonido profesional Margules en sus espacios reportaron mayor consumo, mayor tasa de repetición de visitas, mejor puntuación en reseñas y un incremento en la percepción de calidad. En otras palabras, el sonido bien implementado hace que el lugar parezca más caro, más exclusivo, más memorable. Y eso también vende.

Porque cuando un espacio suena bien, se convierte en un imán. La música correcta, en la frecuencia correcta, crea atmósferas donde la gente quiere quedarse. Y cuando uno se queda, compra. Y cuando compra, vuelve.

En tiempos donde la experiencia lo es todo, el sonido ya no es un complemento: es un motor de ventas. Y como todo lo que funciona, debe ser bien diseñado, bien ejecutado y perfectamente afinado. Margules lo sabe. Y por eso no solo amplifica el sonido de un lugar: amplifica su alma.

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