Aquiles
Córdova Morán
Son
tres los factores del poderío avasallador del capital monopolista
que hoy domina el mundo: su gran riqueza material, su temible
capacidad militar y su aplastante aparato mediático, capaz de
manipular el cerebro humano para hacernos creer lo que convenga a los
intereses de ese capital, aunque se dé de bofetadas con los hechos.
Estos tres factores no son nuevos; nacieron y se desarrollaron junto
con el capital y gracias a él, pero ciertamente que se han vuelto
monstruosos al amparo del mundo unipolar, nacido tras la caída del
socialismo en Europa oriental y Rusia.
Tales
factores han causado daños terribles a la humanidad. Uno de ellos es
haber inhibido casi completamente su capacidad de pensar de modo
autónomo, libre e independiente de lo que ve y oye a través de los
medios. Han desterrado no solo esa capacidad, sino aun el deseo de
pensar con rigor, con profundidad, multilateralmente; la necesidad de
hacerse una idea lo más completa y objetiva posible de los fenómenos
que la afectan. Nos han convertido a todos en seres mentalmente
pasivos, seguidores ciegos del sentido común y de las obviedades que
este proporciona y, por tanto, en dóciles y hambrientos consumidores
de las “verdades” difundidas por los medios.
Y
esta holgazanería mental inducida, cancela toda posibilidad de idear
un mundo mejor organizado, más racional, que no solo responda a las
exigencias de bienestar material y espiritual de los pueblos, sino
también a las preocupaciones por la conservación y el
aprovechamiento sustentable de nuestro planeta. En una palabra, la
pereza, la falta de rigor, agudeza y penetración del cerebro humano,
inducida por el aparato propagandístico al servicio de los
monopolios, están poniendo en severo riesgo la existencia misma de
la especie y de su casa común: el planeta tierra.
¿Se
ha puesto usted a pensar alguna vez, amigo lector, de dónde surgió
el maravilloso invento de las ONGs? ¿Quién fue el primero que creó
una y con qué propósito? La verdad es que nadie lo sabe. Y sin
embargo, ahí vamos todos, como autómatas, repitiendo las opiniones,
afirmaciones y acusaciones de tal o cual ONG, simplemente porque se
nos ha hecho creer que no pueden mentir, que están más allá
de toda duda y de toda sospecha de servir a intereses inconfesables.
¿Y la “Primavera Árabe”? ¿Y las “Revoluciones de Colores”?
¿Qué genio creó la mecánica de funcionamiento de esos fenómenos
y los bautizó con tan atractivos títulos? Tampoco se sabe, pero
todos aprobamos y aplaudimos lo que se diga o haga en contra de un
país o de un gobierno, si se hace en nombre de una “primavera
democrática” o de una “revolución de colores”. Son dos
ejemplos, tomados al azar, de la manipulación de que somos víctimas
sin darnos cuenta.
Los
seres humanos construimos, con nuestras manos y nuestra inteligencia,
todas las cosas útiles que hacen más llevadera la vida, desde un
cacharro hasta un avión. La naturaleza nos da la materia bruta: el
barro, el hierro, el níquel, el aluminio, el caucho, etc., todo lo
demás lo hace el hombre. Él fabrica cada tuerca, cada cable, cada
elemento eléctrico o electrónico, el fuselaje, las butacas y los
accesorios interiores. Y luego los ensambla perfectamente, de acuerdo
a un plan preconcebido detalladamente. El resultado es el avión
sobre el cual, por ser su hechura, el hombre tiene un dominio
completo. Lo maneja en tierra y aire, sabe cómo y por qué funciona,
qué cuidados permanentes necesita y,
cuando se
descompone o falla, puede repararlo o al menos explicar la causa del
desperfecto.
La
sociedad humana se parece al avión por ser ella, también, hechura
humana aunque no lo parezca. Pero difiere de él en algo esencial: la
sociedad no ha sido construida de acuerdo a un plan preconcebido en
todos sus detalles; ha sido más bien fruto de la necesidad ciega y
de la creatividad espontánea de los seres humanos, y es esto lo que
explica que, durante milenios, el hombre creyera que los errores e
imperfecciones de su creatura eran inevitables, producto de leyes,
internas o externas, ajenas a su voluntad y fuera de su control. Por
eso los males sociales, las fallas y descomposturas del organismo,
por decirlo así, han resistido por siglos todo intento de ponerles
remedio. El hombre resultó dominado por su creatura en vez de ser su
dominador.
Pero
este sentimiento de impotencia empezó a cambiar con la
reivindicación de la razón y la inteligencia humanas como capaces
de conocer, entender y transformar su realidad; es decir, desde el
siglo XVIII con el
Renacimiento, la Ilustración,
los enciclopedistas franceses y la revolución que incubaron e
impulsaron a fines de ese siglo; se continuó con los economistas
clásicos ingleses y ha llegado con paso firme hasta nuestros días.
En la actualidad, sabemos bien qué es la sociedad, cómo está
construida, qué leyes rigen su existencia, qué papel jugamos todos
para mantenerla viva y funcionando. Hoy la verdadera ciencia
económica sabe qué es la mercancía, el mercado, el dinero, los
bancos; qué son y cómo funcionan las empresas, los monopolios; cómo
se genera la riqueza social, cómo se reparte y cómo se explican las
injusticias y desigualdades sociales. En una palabra, hemos llegado a
la misma situación que los constructores de un avión: podemos saber
de dónde nace una falla, o varias fallas simultáneas, cuáles son
sus causas y cuál el remedio preciso. ¿Cómo se entiende, entonces,
que sigan existiendo las injusticias y la desigualdad sociales?
Porque
sigue habiendo diferencia entre un avión y la sociedad. El avión
está hecho de partes muertas y sin capacidad de oponerse a la
manipulación del constructor; la sociedad está formada por hombres
y mujeres distintos y con intereses diferentes y hasta encontrados,
con capacidad para oponerse a los cambios y “reparaciones sociales”
si afectan esos intereses. Por eso es
que
seguimos padeciendo los mismos males y seguimos aceptando
explicaciones y remedios falsos, que agravan el mal en vez de
curarlo.
La
tremenda potencia manipuladora del aparato propagandístico del
capital tiene por objeto, precisamente, evitar que nos demos cuenta
de que la sociedad es algo salido de nuestras manos y, por tanto,
manipulable a voluntad nuestra para perfeccionarla en bien de todos.
Quiere que sigamos creyendo en las virtudes mágicas del dinero; en
la inexplicable autonomía de las mercancías, que las opone a su
creador y lo esclavizan, en vez de servirlo y alimentarlo; en unas
leyes del mercado tan férreamente necesarias y tan fuera de nuestro
control como la ley de la gravedad.
Todas
estas falacias son creídas por las mayorías justo porque carecen de
conocimientos y de un pensamiento crítico capaz de desentrañarlas;
pero hay economistas, sociólogos y politólogos que saben la verdad
y la callan; fingen creer lo contrario por conveniencia o por miedo
(un miedo entendible) al tremendo poder represivo del capital. Pero
los males siguen allí: la desigualdad, la pobreza, la enfermedad, la
ignorancia, la falta de servicios, de vivienda, etc. Quienes los
padecen crecen peligrosamente día a día y empujan sin cesar por una
verdadera solución a estos flagelos. Esta situación contradictoria
ha producido a una generación de políticos latinoamericanos que,
mirando la superficie de las cosas, han creído posible una solución
conciliatoria: respetar los “derechos” y los beneficios del
capital monopólico y al mismo tiempo favorecer a las mayorías con
trabajo para todos, mejor salario, medicina y educación gratuitas o
subsidiadas, vivienda barata, etc.
Esta
generación de políticos fue tolerada (y quizá impulsada
objetivamente) por el propio capital monopólico, porque las viejas
clases políticas desprestigiadas ya no le garantizaban el control
del pueblo, del país y de sus recursos. La tolerancia dio confianza
a los reformadores para intentar ir más a fondo, de modo tal que,
quizá sin darse cuenta, comenzaron a lastimar los intereses de los
verdaderos amos de la economía. La respuesta la conocemos todos:
Correa traicionado y exiliado, Cristina Fernández perseguida y
amenazada de cárcel, Dilma Rousseff defenestrada y Lula en la
cárcel, Evo Morales y Daniel Ortega con la espada de Damocles de una
“revolución de colores” sobre su cabeza. Solo Cuba y Venezuela
resisten, y la causa es obvia: son las únicas que han recurrido al
pueblo, organizado y consciente, como la única fuerza capaz de
defender los cambios conquistados.
¿Y
México? Es obvio que MORENA se enfrentará con una disyuntiva
semejante: O se va por la superficie con programas puramente
asistencialistas para las mayorías y con inversiones significativas
para impulsar el crecimiento económico en provecho de los grandes
capitales. O se lanza a fondo cambiando el modelo neoliberal por uno
más racional y equitativo, en cuyo caso debería prepararse para
resistir la embestida y no sufrir el mismo destino que los
gobernantes mencionados. Medidas como los recortes salariales que van
a lesionar a miles de familias, o las amenazas en contra de la
organización popular y los derechos de petición y de manifestación
pública, apuntan claramente en sentido contrario a esto último. Hoy
por hoy, es evidente que cuenta
con la tolerancia (y tal vez con el acuerdo) de Norteamérica, como
indica la firma del nuevo TLC y los comentarios elogiosos de Trump
hacia López Obrador; pero eso se terminará tan pronto se empiecen a
tocar en serio los intereses del imperialismo. Todo indica, pues, que
la pobreza seguirá
recibiendo paliativos
mientras la parte del león se la llevarán los afortunados
de
siempre. ¡Ojalá nos equivoquemos!
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