Desde
el innovador fresco de La última cena de Leonardo da Vinci, hasta hoy se han
realizado incontables versiones del tema incluyendo las pinturas de Tiziano, Caravaggio,
Durero, Degas, Dalí y Warhol. De ahí, la dimensión del desafío artístico que
encaró Sonia Falcone al pintar este óleo. Logró crearlo con una composición
formal y expresión mística de tal fuerza y belleza que encarna la idea de
verdad en el arte como la entendía Kandinsky. Movida por la necesidad
interior”
de amor al Creador pintó una obra conmovedora.
La
perspectiva aérea no sólo la sitúa en un tiempo posterior a la visión de los
futuristas influenciados por el descubrimiento del vuelo mecánico, sino que
expresa su profunda fe en la perspectiva armoniosa que adquieren todas las
vicisitudes humanas vistas desde arriba. En el centro aparece el símbolo del
Espíritu Santo,
rodeado
de una suave geometría alusiva a lo celeste. Un nuevo círculo muestra la acción
de los discípulos con segmentos de amarillos y rojos y la imagen de sus manos.
En el siguiente aparecen sentados y la dinámica de su comunión espiritual se
representa con la intersección de triángulos de colores del naranja al violeta.
Sobre
sus cabezas se forma un dodecaedro que culmina en la figura de Jesús, de pie y
con los brazos extendidos, unificando con su luz el mundo humano y el infinito
formado una miríada de azules que dan forma al misterio de la inmensidad.
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