2017 fue un año complicado en todos los aspectos. Un año de
revelaciones que permitieron entender que estamos en una posición
vulnerable ante cualquier tipo de ataque, un año en el que
comprendimos que ser silenciosos ante los problemas resulta más
dañino que hablar, un año donde voces se alzaron, un ciclo donde la
zona de confort de algunos fue tambaleada cuestionando su integridad,
un año donde muchos factores generaron un poderoso movimiento de
conciencia y renovación. Un año que nos dolió a todos y del que
aprendimos.
La
comprensión de estos eventos nos ha sensibilizado y nos ha hecho más
conscientes. Existe un factor común entre los lamentables eventos
del año pasado en los que se hicieron públicos casos de conductas
deplorables de figuras públicas y el panorama de la seguridad. Y es
que, en ambos casos, el silencio fue predominante tanto en invididuos
y empresas.
Guardar
silencio ante cualquier circunstancia apoya al perpetrador y afecta a
la víctima. Sea quien sea. El miedo no debe ser el camino por el que
se conduce el crecimiento de la sociedad. No hablar quiere decir que
no ocurrió nada. Con sus respectivas diferencias, el caso más
conocido de acoso tardó 32 años en hacerse público, en el caso de
ataques digitales, 6 años se tardó una empresa víctima en admitir1
que sus protocolos de seguridad fueron violentados.
En
el caso empresarial, tanto el silencio y la carencia de comunicación
efectiva surgen por un temor comprensible, más no justificable de
que tras admitir que se fue víctima de un ataque que derivó en fuga
de datos, hackeo o robo de credenciales, puede afectar la imagen y
relación con clientes, inversores y proveedores. ¿Cómo puede MI
empresa de tecnología ser vulnerable? Existe un dejo de orgullo y
negación ante este escenario. La opción de muchas víctimas es
mantenerse silentes, no decir nada, arreglar el problema (si es
posible), y esperar que el asunto se olvide y que nadie hable de
ello.
Lo
cual resulta perjudicial, una vez que esta información se hace
pública y se conocen los detalles, la operatividad y transparencia
de la empresa comienzan a cuestionarse: ¿Qué acciones se hicieron
durante y después?, ¿cuál fue el daño?, ¿cómo ocurrió?,
¿podemos confiar en esta empresa para que tenga nuestra
información?, dudas en las que la mayoría de sus respuestas
tendrían una connotación negativa. Entre más tiempo pase entre el
ataque y el reconocimiento, mayor será el escrutinio público.
No
aseguramos que el escutinio público se reducirá si se admite ipso
facto una intrusión de seguridad, pero lo que si mejorará será la
imagen de su empresa en cuanto a transparencia, honestidad, y sobre
todo humildad. Esto toma mayor relevancia cuando tomamos como
contexto que al ser parte de una época en que confiamos tanto datos
y credenciales a un sin número de compañias, somos parte activa de
una sociedad empoderada con información y conocimiento, sabemos que
las historias relevantes se viralizan, y pueden lastimar a las
empresas o figuras públicas en su bien más valioso: su reputación.
Es
normal tener miedo al hablar y admitir que fuimos víctimas, es
complicado reconocer que nos equivocamos, pero el conocimiento
ensombrecido ante el temor es algo que no debería ocurrir bajo
ningún panorama, sin importar si eres empresa, proveedor, cliente, o
persona. Bajo ninguna circunstancia el silencio debe predominar sobre
la necesidad de contar algo que nos ha hecho daño.
Y se
necesita un cambio profundo de mentalidad en lo social para
atrevernos a hablar y en el proceso alzar nuestra voz.
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