Aquiles Córdova Morán
Secretario General del Movimiento Antorchista
Secretario General del Movimiento Antorchista
El imperialismo es la fase del capitalismo en la cual la libre competencia
ha salido definitivamente de la escena para dejar el terreno libre a los monopolios.
Estos, gracias a su gran poder económico, elevan la producción de bienes y
servicios a niveles nunca antes vistos en la historia de la sociedad, y en un
tiempo record, logran satisfacer y rebasar la demanda de bienes y servicios de
la población de su país. A partir de este momento, se genera un excedente que
crece a cada día y que obliga a buscar mercados más allá de las fronteras
nacionales.
La expansión comercial de los monopolios permite a sus dueños acumular
grandes volúmenes de recursos que no pueden permanecer ociosos sin correr el
riesgo de desaparecer, de consumirse improductivamente; además, permite
alimentar y fortalecer al capital financiero, a los grandes trusts y cárteles
bancarios. Tanto las inversiones productivas como el capital financiero
generador de intereses, presentan entonces la necesidad de conquistar nuevos
mercados para su aplicación, y empujan al imperialismo a la conquista y
dominación de la mayor cantidad de territorios, cercanos y lejanos, que le sea
posible. Esta es la razón de por qué el imperialismo tiene necesariamente que
seguir, desde su origen, una política exterior de colonización, de dominio
económico y político sobre países débiles y poco desarrollados, y, más
adelante, de invasiones, golpes de estado cruentos e incruentos, de guerras de
conquista para adueñarse de mercados, territorios, recursos naturales, mano de
obra y vías de comunicación de los países menos avanzados. El imperialismo es,
en suma, el dominio de los monopolios bancarios, industriales y comerciales,
cuya dinámica misma los empuja irremediablemente a la conquista del planeta
entero para su provecho.
El imperialismo es por naturaleza hegemonismo, tiende al dominio único e
incompartido del mundo. Hobson veía en la existencia de varios países que habían
alcanzado la fase monopólica a finales del siglo XIX, una clara amenaza a la
paz mundial en caso de que no llegaran a ponerse de acuerdo en la mesa de
negociaciones. Y no lo lograron desgraciadamente. Por eso hemos vivido dos
guerras mundiales en las cuales se trató de dilucidar quién ostentaría la
hegemonía mundial. La primera contienda (1914-1918) dejó la cuestión en
suspenso, pero la segunda (1939-1945) habló claro: el cetro mundial
correspondía a los Estados Unidos. Nadie pensó, sin embargo, que el menos
desarrollado de los “aliados” en la primera guerra mundial, la gigantesca pero
atrasada Rusia de los zares, echaría agua al vino de la victoria al desviar el
impulso y el descontento de su pueblo hacia el derrocamiento del zarismo a la
instauración de un gobierno socialista.
Pero desde el momento del nacimiento de la URSS, los “aliados” victoriosos
se dieron cuenta de que había aparecido un peligro mucho mayor que Alemania. De
inmediato, tan pronto se firmó el armisticio, pusieron manos a la obra para
derrocar al gobierno de Lenin. Es bien sabido que los bolcheviques tomaron el
poder, el 25 de octubre de 1917, prácticamente sin disparar un tiro, y que la
fase sangrienta de la lucha vino después, con la guerra civil desatada por los
“blancos” (Kolchak, Denikin, etc.) fuertemente financiados, armados e incluso
apoyados con fuerzas militares por parte de Estados Unidos, Francia e
Inglaterra. Fue aquí y entonces que nació la guerra fría, aunque el nombre
surgió después de la segunda guerra mundial.
Todo el periodo de entreguerras (1918-1939) fue de guerra fría, es decir, de
una furiosa campaña mediática, política, económica e incluso militar de
“Occidente” en contra de la URSS. Y fue su anticomunismo orgánico y feroz el
que llevó a los primeros ministros británicos, Baldwin y Chamberlain, a diseñar
e implementar la llamada “política de apaciguamiento”, que consistía en dejar a
Hitler manos libres para apoderarse de Europa oriental y de Rusia, a cambio de
garantizar la seguridad de Francia e Inglaterra. La segunda guerra mundial es,
pues, responsabilidad tanto de Hitler como de la clase política inglesa. Hay
hechos y documentos irrefutables que lo prueban. Ya en el poder, Hitler
suspendió el pago de las compensaciones de guerra, con lo cual violaba el tratado
de Versalles; reinició el rearme y la formación de un ejército de millones de
hombres, lo que también violaba el tratado. Mussolini invadió Etiopía en 1935;
junto con Hitler intervino en España en favor de Franco en 1936; en este mismo
año, invadió la Renania francesa, una agresión militar humillante y directa; en
1938, se apoderó de Austria, y en septiembre de ese año se adueñó de los
Sudetes en Checoslovaquia. Finalmente, a fines de agosto de 1939, Hitler
invadió el corredor polaco y se apoderó de Danzig, y solo entonces, para
“salvar la cara”, Inglaterra le declaró la guerra, aunque no hizo nada para
concretarla. “Occidente” quería destruir a la URSS usando el brazo armado de
Hitler.
Pero la realidad burló los planes de los “defensores del mundo libre”. En el
choque brutal entre nazismo y socialismo, salió triunfante el segundo, y el
experimento socialista se extendió a toda Europa Oriental. El tiro les salió
por la culata a los padrinos ocultos de Hitler. Con este motivo, se redobló la
guerra fría; se multiplicaron por millones las calumnias, las acusaciones, las
amenazas; se movilizaron todas las fuerzas de la reacción mundial con todos sus
recursos, incluidos la guerra y la economía, contra una URSS devastada por la
guerra, por las dos guerras mundiales más la guerra civil. Y a pesar de ello,
en poco tiempo se levantó y volvió a ser una potencia mundial. Tuvo que llegar
al poder la cobardía y la traición de Gorbachov para entregar la plaza sin
combatir a los norteamericanos. Bastaron poco más de 20 años para que el mundo
se diera cuenta de la verdad. Ya sin enemigo al frente, el imperialismo se
quitó la máscara y enseñó su verdadero rostro, su rapaz ambición por apoderarse
del mundo, por someternos a todos a su dominio y a sus intereses al precio que
sea, incluso masacrando países enteros, como Libia y Afganistán.
Rusia y China, haciendo grandes esfuerzos de reorientación de su política
interna y externa, han logrado volver a ser un eficaz contrapeso a las
ambiciones imperialistas; han vuelto a librar al mundo de la amenaza de
esclavitud y de exterminio por parte de los nuevos nazis. Pero la sola
existencia de ambas potencias es vista como una amenaza por el imperio. Y la
guerra fría está de vuelta. El imperio amaga a Rusia y a China con una guerra
nuclear, y aprieta la soga en el cuello de los débiles. Derriba gobiernos
populares en Ecuador, Argentina, Brasil, y enseña los colmillos a Venezuela y a
Cuba. Es en estas difíciles condiciones que se desenvuelve la justa electoral
de los mexicanos para elegir Presidente de la República, con un candidato que
ofrece cambiar en serio la situación social y económica del país y que, según
todos los sondeos, tiene altas posibilidades de triunfo.
Ante el cuadro trazado aquí, la pregunta parece lógica: ¿es seria la intención
de cambiar al país o se trata solo de propaganda electoral? ¿Tiene claras las
dimensiones del enemigo el candidato de MORENA? Y si es así, ¿con qué fuerzas
cuenta para hacerles frente? Si tenemos en cuenta la clase de gente que se ha
adherido al proyecto morenista, pareciera que todo es solo estrategia para
ganar la elección, pues todo mundo ve y piensa que esa gente no es la que se
necesita para enfrentar un peligro serio. Se trata de los clásicos
saltimbanquis (la mayoría, no todos) que brincan de un partido a otro desde
hace rato en busca del éxito personal. Y desde este punto de vista, no deja de
ser significativo que prominentes candidatos morenistas y voceros suyos en los
medios, se dediquen a atacar e insultar a los antorchistas, acusándolos sin
recato y sin hombría de bien de supuestos crímenes que no se molestan en
argumentar y ni siquiera en precisar, en vez de atacar y denunciar a los
verdaderos enemigos del proyecto de MORENA.
Tal es el caso de Miguel Barbosa, candidato morenista al gobierno de Puebla,
que nos acusa de amenazar a sus correligionarios y de apología del delito, sin
dar un solo dato concreto sobre una y otra acusación. O el caso de Emilio
Maurer, candidato a una diputación local, que afirma que la gente tiene miedo
de que ganen los candidatos antorchistas porque temen perder sus casas y sus
propiedades. Es decir, Maurer no defiende a los sin casa y sin propiedad
alguna, no habla en nombre de los desamparados y marginados que MORENA dice
querer defender. Estos no pueden tener miedo de perder lo que jamás han tenido.
Habla en nombre de los ricos casatenientes y terratenientes (en el supuesto de
que tenga algo de verdad su injuria); defiende a los suyos (Maurer es un hombre
muy rico) para congraciarse con ellos y ganar la elección, al tiempo que
insulta y agrede al pueblo pobre en nombre del cual habla todos los días su
candidato a la presidencia de la república. O está el caso de Alfonso Zárate,
columnista de temporada que, para argumentar su aserto de que el PRI está dando
patadas de ahogado, dice que Meade anda mal porque “…va con Antorcha, el grupo
de choque más patético (¡¿) del PRI y los llama a detener a López Obrador…”. Es
claro el odio y el desprecio arrogante de este señor que no sabe ni jota del
pueblo y sus problemas (y tampoco de los antorchistas), pero que se cree ser
superior a ambos y que puede injuriarlos cuándo y cómo se le dé la gana.
La otra posibilidad es que López Obrador sí esté dispuesto a llevar adelante
su proyecto y a correr todos los riesgos necesarios, en cuyo caso habría que
suponer que no ha evaluado bien tales riesgos. De lo contrario, ya se habría
dado cuenta de que su ejército de saltimbanquis y calumniadores arribistas no
servirá ni para el primer embate serio de la reacción; y además, ya se habría
dado cuenta de que, en una situación así, no habría aliados que sobren. No
permitiría que se ofenda gratuitamente a quienes no son los verdaderos
enemigos, como lo demuestran el discurso y los hechos. Quien se prepara para
una guerra, comete un grave error sumándole gratuitamente fuerzas al enemigo.
Así no se prepara el triunfo sino la apostasía a los principios y la traición a
los débiles. Antorcha sí tiene principios, y los sostendrá y defenderá siempre
con honradez y serenidad, aunque no sean miembros suyos quienes los enarbolen.
Quienes nos atacan carecen de todo eso, y lo suplen con cinismo, injurias y
prepotencia al amparo de su fortuna mal habida. Pero algún día, “pronto tal
vez”, como dice el poeta, el viento puede cambiar de dirección.
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