Sonia Falcone expresa “ Life Wave” en dos diferentes obras un Óleo sobre lienzo de 199 x 130cm y Life Wave Stained Glass, instalación de vitral en caja de luz iluminada de 586 x 275.5 x 17cm
Life Wave despliega
formas evocadoras del océano en un vitral iluminado ubicado en el suelo
de la habitación. Inspirada en una pintura anterior del mismo título,
al “verterse” en este medio que alcanzó su cumbre en la edad media como
arte sacro, la obra se vincula a una tradición que aprovecha la
transparencia luminosa de los cristales y las posibilidades
comunicativas de los colores para cifrar mensajes espirituales. Sonia
Falcone yuxtapone las alusiones místicas a la evocación de la naturaleza
pero también cifra en este vitral una expresión de la interioridad que
no es ajena a los dilemas geopolíticos del presente.
La
representación del agua, que inicia casi todos los génesis, también
tiene una referencia biográfica relacionada con su iniciación en el
arte: fue a orillas de un mar distante del país de su origen, Bolivia,
un territorio privado de litoral, contemplando el mar de Cabo, México,
donde después de haber sobrepasado inesperados vendavales en su propia
vida, Sonia Falcone encontró en la imagen del agua el principio de la
creación artística y el inicio del camino de regreso a sí misma.
Life Wave evoca también una de esas obras cuyo poder iconográfico desborda tiempos y fronteras: La ola de Katsushik Hokusai, La gran ola de Kanagawa, producida en la técnica de estampa “ukiyo-e” que literalmente se traduce como “pinturas del mundo flotante”. La Gran ola es uno de los primeros grabados de esta serie del
período Edo, conectadas a una forma de contemplación, no de lo
trascendente, sino de lo que está a mano y es bello y disfrutable, en
este mundo[1]. Falcone
saborea con toda intensidad el mundo natural y vuelca en la forma de
las olas soldadas con estaño su homenaje al mar-origen de toda vida en
la tierra, tanto como la idea de las fuerzas en conflicto —externas o
internas— transformados en el gozo de lo bello.
Pero
la invocación del mar del origen —hecha con la consciencia de la
luminosidad espiritual del vitral junto con la celebración del instante
concentrada en el poder de la naturaleza— contiene también la
consciencia de una ausencia: la salida al mar que perdió Bolivia. Así
que ese inmenso vitral iluminado con las olas de un mar que es todos
los mares, también alude a la historia de una pérdida crucial para el
país de la artista. De este modo, Sonia Falcone instaura su vitral
marino a modo de una plegaria para Bolivia, que se quedó sin el territorio litoral en 1883, después de la Guerra del Pacífico, y desde entonces es una nación entre tierras.
Ese mar ausente del territorio se
repone simbólicamente con la presencia de estas aguas fundidas al fuego
que contienen rastros de múltiples cursos anteriores, desde la historia
sacra del vitral hasta la búsqueda de una desembocadura perdida en la
agitación de la historia. Pero por encima de todos esos movimientos, la
presencia de la obra iluminada impone su silencio: la experiencia de
atravesar la violencia de tiempos y espacios y la posibilidad de
transformar todo en un modo de creación que reafirma la vasta inmensidad
del ser: antes y después de lo abismal.
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