Aquiles
Córdova Morán
Me
llama la atención y me sorprende la cantidad de columnas y artículos
de opinión que se preocupan por la próxima visita del Presidente de
México a la Casa Blanca, “invitado” por su amigo el presidente
Donald Trump. Todos coinciden, creo que con razón, en que de ese
viaje solo nos vendrán males en el futuro, pero me sorprende que
también coincidan en invitar a López Obrador a renunciar al
proyectado encuentro. Me da la impresión de que tales llamados
presuponen que las cosas en el país andan más o menos bien y que la
situación puede descomponerse a causa del imprudente viaje
presidencial.
Con
motivo de las numerosas y violentas manifestaciones “antirracistas”
de la comunidad afronorteamericana a raíz del asesinato por asfixia
de George Floyd a manos de un policía blanco de Mineápolis, me
atreví a pronosticar que era una nueva explosión espontánea, una
nueva llamarada de petate, como decimos en México, muy justa y bien
fundada como todas las que hemos visto con anterioridad pero que,
igual que éstas, acabaría disolviéndose por sí sola una vez
calmada la furia y el enojo momentáneos de la masa, sin haber
logrado nada significativo. Que la calma y la disolución llegarían
tanto más pronto cuanto más violentas y destructivas fueran las
manifestaciones, porque la catarsis colectiva es directamente
proporcional a la furia de la protesta. Y, desgraciadamente, así
parece estar ocurriendo.
Mi
explicación de esta inútil repetición del ciclo crimen de odio
racial-explosión violenta y pasajera de la masa, es decir, del hecho
reiterado de que al mismo crimen racial (en esencia) se responda
siempre de la misma manera, a pesar de que se conoce de antemano su
nulo resultado; de que no se obtenga jamás ningún aprendizaje,
ninguna valiosa lección para responder mejor a la próxima
embestida, consiste en la falta absoluta de verdadero liderazgo entre
los afronorteamericanos, un liderazgo bien formado y capacitado para
explicar a sus hermanos de raza la verdadera naturaleza
económico-social del racismo; que se dedique de tiempo completo a
organizarlos y a educarlos en esa idea y que, sobre esa base social,
formule un plan de lucha sistemática y de largo plazo, con objetivos
precisos y bien definidos. La esterilidad de ese ciclo
ataque-respuesta, siempre idéntico a sí mismo, sin ningún avance
en la liberación de los discriminados, obedece a la superficialidad
de su análisis del problema. No logran entender que la verdadera
responsabilidad no radica en el policía abusivo, ni en el juez que
lo exculpa, ni siquiera en el gobierno mismo, sino en el capitalismo
salvaje y depredador que impera en su país. Y que es contra éste
que hay que dirigir la lucha. Mientras esto no ocurra, seguirán
patinando en el mismo lugar.
Pienso
que en México no andamos mucho mejor. Que también aquí somos
rehenes involuntarios del pensamiento superficial, un pensamiento que
nos vuelve impotentes para encontrar la causa profunda de nuestros
problemas y para plantear acertadamente la solución a los mismos.
Así me explico la desmesurada importancia que los medios le están
dando al viaje del presidente a Washington y a los daños que nos
vendrán como consecuencia del mismo, olvidándonos de que, si no
todos, una buena cantidad de esos daños ya están presentes entre
nosotros, son ya una realidad cotidiana y no un hipotético peligro
futuro. Es cierto que las cosas podrían ponerse peor con el viaje
presidencial, pero si entendemos el fondo de la cuestión, estaremos
de acuerdo en que, ni los que ya son ni los que pueden ser, se
remedian con evitar la visita presidencial a EE.UU. La raíz del mal
está en la visión que el presidente tiene de la problemática
nacional y en el remedio que nos está recetando para curarla, una
monumental equivocación cuyos frutos tampoco hay que adivinar; ya
están aquí, son una realidad lacerante que los mexicanos sufrimos
en carne propia todos los días y a todas horas. Nuestra
preocupación, entonces, no debe enfocarse en el viaje presidencial;
no debemos perdernos en el empeño de convencerlo de que lo suspenda
(un empeño más inútil aún, si se tiene en cuenta la personalidad
del presidente), sino en qué debemos hacer, cómo y con quién, para
quitarnos del cuello el dogal de la 4ª T que nos está asfixiando,
como a Floyd.
Del
editorial de la revista Siempre del 25 de junio, copio lo que sigue:
“El presidente López Obrador está obligado a viajar a Washington
para pagarle varios favores a Donald Trump (…) El servicio más
caro tiene que ver con el triunfo del tabasqueño como candidato a la
presidencia de la República. El mandatario norteamericano aplaudió,
reconoció y prometió buen trato al ganador”. De acuerdo con esto,
el viaje de marras resulta absolutamente obligado, y, en
contrapartida, absolutamente inútil cualquier intento por
suspenderlo. No se trata de un “error”, sino de una deuda que el
presidente tiene que pagar, so pena de que, si no lo hace, entonces
sí, las consecuencias para él y para México serían devastadoras.
No hay opción.
Luego
de un punto y aparte, dice el editorial: “Operación (se refiere al
apoyo de Trump) que, por cierto, formó parte del paquete del pacto
de impunidad por medio del cual se entregó todo el poder a Morena y
cuyo principal artífice fue el entonces Secretario de Relaciones
Exteriores, Luis Videgaray”. El editorial lleva la firma de Beatriz
Pagés Rebollar, directora de la revista y heredera de uno de los
apellidos más ilustres en el periodismo mexicano, el de don José
Pagés Llergo, fundador de Siempre. Ella misma es una mujer valiosa
por sí sola: bien formada en su oficio, íntegra y respetuosa de la
verdad. Sus opiniones y la información que aporta a sus lectores
nunca son deleznables ni fáciles de ignorar. Por eso juzgo decisivo
que sea ella la que nos informe de que el “tsunami” morenista del
2018 fue, también, fruto de la acción concertada y expresamente
pactada entre Morena, el gobierno saliente y el jefe de la Casa
Blanca.
En
el tercer párrafo del editorial se dice: “Otro de los favores que
tiene que agradecer AMLO a Trump es su silencio. Hasta hoy no ha
habido una sola queja del vecino por estar construyendo al lado de su
casa una dictadura tipo Venezuela”. El proyecto de la 4ª T ha
podido avanzar a toda velocidad y sin tropiezos “… porque Estados
Unidos no ha dicho una sola palabra en contra de las muchas reformas
que han puesto en la picota libertades y derechos humanos”. Y en el
párrafo cuarto: “Una muestra adicional de amor al amigo, se dio
cuando Trump decidió hacerse cargo de la reducción de barriles de
petróleo que exigía la OPEP a México. En esa ocasión, un
periodista le preguntó al presidente norteamericano cómo pagaría
el gobierno mexicano ese servicio y su respuesta fue: «ya veremos
cómo pagan el favor»”.
Lo
que se afirma sobre el comportamiento del presidente norteamericano
es totalmente cierto y consta a todo el mundo. Sin embargo, no
comparto la idea de que la cabeza visible del imperialismo más
poderoso, violento y rapaz que ha conocido la historia de la
humanidad, esté permitiendo, y hasta aplaudiendo e impulsando una
nueva Venezuela en su frontera sur. No hay que olvidar hechos y
verdades crasas que son del dominio del mundo entero, como, por
ejemplo, que EE. UU., es el enemigo número uno, el más feroz e
irreconciliable además, del ensayo socialista de Venezuela. No hay
que ignorar que Trump y su gobierno son los padrinos políticos y
financieros de Juan Guaidó, y que han intentado todo, incluso la
invasión armada a cargo de bandas de mercenarios al servicio de EE.
UU., para derrocar a Maduro y sentar en su lugar a un títere del
imperio. Por eso no creo posible tamaña contradicción en la
política norteamericana.
Esto
no disminuye un ápice el valor de la opinión de Siempre. Y es así
porque ve más allá de la superficie de la conducta de López
Obrador; porque explica a fondo su inaudita obsecuencia ante la
potencia del norte y su presidente; porque nos permite conceptualizar
su inflexible decisión de visitar la Casa Blanca. Finalmente, porque
renuncia al intento de persuadirlo a enmendar su “error”,
sabedora de las verdaderas causas y compromisos que lo motivan.
La
mirada profunda de Siempre sobre el viaje presidencial dice, sin
proponérselo, que el Movimiento Antorchista Nacional tiene razón
cuando sostiene que la 4T no es un programa de izquierda ni pretende
hacer ninguna revolución popular. Que su verdadero propósito es,
como dicen sus hechos, renovar la cúpula financiera e industrial del
país, adelgazar al Estado mexicano y debilitarlo frente a los
poderosos intereses geopolíticos del imperio y reforzar, ahora con
el apoyo de un pueblo engañado, las cadenas que atan a México al
carro del imperialismo norteamericano a través del famoso T-MEC. Así
y solo así se explica el apoyo, expreso y silencioso, de Trump. Un
nuevo neoliberalismo maquillado de gobierno al servicio de los
pobres.
No
nos engañemos ni nos confundamos. Nunca, nadie, en ninguna parte del
mundo ha visto una revolución verdaderamente popular llevada a cabo
desde el poder y por un solo individuo. Maduro, por ejemplo, no
pretende semejante absurdo. No hay revolución sin el pueblo; y menos
de espaldas al pueblo. Menos negándole derechos básicos para su
participación política como los de reunión, organización,
petición y protesta pública. Pero esto es justamente lo que está
haciendo la 4ª T. Por eso temen perder el poder y por eso se
preparan para retenerlo, a como dé lugar, en las próximas
elecciones. Urge trazar un plan para ganarse al pueblo y tejer una
gran alianza entre todas las fuerzas progresistas de ese país para
ganar esas elecciones sin ningún género de duda, a modo de que
podamos defender nuestra victoria contra todo intento de fraude. Bajo
esta óptica, el viaje presidencial pierde toda relevancia. Y a ver y
entender esto nos ayuda, lo reconozco así y lo agradezco, el
valiente y esclarecedor editorial de la revista Siempre.
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