Carlos Ugalde Sixtos
Hace
cincuenta años, en pleno inicio del sexenio echeverrista, China
marchaba a la par que México en el aspecto económico. Ambos países
sufrían de atraso tecnológico y, en sus debidas proporciones, de
sobrepoblación. En ese entonces los chinos encabezados por Mao Tse
Tung ya rebasaban los veinte años de revolución socialista y, sin
embargo, no habían logrado hacer que despegara su economía y, por
lo tanto, no habían logrado un mejor nivel de vida para las masas
trabajadoras, a pesar de haber eliminado a la clase de los patrones.
Con el fallecimiento de Mao en 1976, se inicia una nueva generación
de líderes con ideas innovadoras. Así, la China posmaoísta surge
en la escena mundial con una sólida identidad nacional enraizada en
una cultura del pasado, la edad de oro de sus antiguas dinastías.
Para convertirse en uno de los protagonistas del futuro sin dejar de
ser comunista, esta gran nación ha tenido que adaptarse al ritmo de
los tiempos, lo que equivale a adaptar el marxismo al proceso de
globalización. Fang Ning, famoso politólogo chino, dice: “La
democracia en occidente es una mesa en la que los clientes eligen el
cocinero pero no los platos que les sirve. En China, por el
contrario, siempre está en la cocina la misma persona pero los
clientes eligen qué comer de un abundante menú.” Y, siguiendo la
analogía, el chef chino más famoso es, sin lugar a dudas, Deng
Xiaoping, genial cocinero que supo transformar las recetas del
marxismo en apetitoso menú a la carta.
En
efecto, sólo Deng podía intentar este experimento porque conocía
bien las teorías económicas occidentales. A diferencia de Mao, que
nunca salió de China, él formó parte de la primera generación de
la élite revolucionaria que vivió en el extranjero. En 1924, a los
veinte años de edad, trabajó en una fábrica de Renault en
Billancourt, Francia; en 1926 se trasladó a Moscú para estudiar
marxismo-leninismo y en 1927 volvió a su país con la idea de
aplicar en China de un modo innovador y pragmático los principios
expuestos por Marx, guardando la distancia con el experimento
soviético ya que en muchos aspectos discrepaba de él. Después de
haber sido depurado del Partido en tres ocasiones, en 1979 llega a
ocupar el puesto de Mao, el objetivo que persiguió fue muy claro,
conjugar la teoría marxista con el neoliberalismo occidental,
empresa que muchos juzgaron imposible y absurda. Para Deng, el
mercado y la planificación son dos métodos económicos que no se
contraponen, porque el socialismo no excluye la economía de mercado,
ya que “todo lo que fomente la economía socialista es socialista”.
Y así, con esta fórmula, el Partido Comunista Chino logra
sobrevivir a la debacle del bloque socialista después de la caída
del Muro de Berlín en 1989. Pero sobre todo despega económicamente
en la siguiente década reconociendo las fuerzas del mercado, hasta
convertirse en potencia mundial.
Y
así, mientras en el mundo capitalista se adoptaba el modelo
económico del neoliberalismo (en México desde 1982 en el sexenio de
Miguel De La Madrid Hurtado) con todo y su brutal generación de
pobreza y el sometimiento de la inmensa mayoría de los países del
mundo por el imperialismo norteamericano principalmente, en China
ocurría exactamente lo contrario: surgieron fábricas por doquier,
se inauguraron altos hornos, etc. y la población rural hizo cuerpo
en una nueva clase obrera, que poco a poco vio elevarse su nivel de
vida.
En
el 2019 China logró que treinta millones de sus ciudadanos dejaran
de ser pobres, así lo reconoció la ONU y otros organismos
internacionales. Hoy, el gobierno norteamericano es deudor del chino
y cada vez que el primero quiere imponerle sanciones económicas al
segundo, o bien sale trasquilado o simplemente recula porque ya no
tiene poder para imponerse.
En
este contexto se inscribe la visita del presidente de México al de
Estados Unidos. Al ir a reafirmar el T-MEC, no se hará otra cosa más
que avalar con las nuevas medidas favorables a los empresarios
norteamericanos un neoliberalismo todavía mas explotador para los
trabajadores mexicanos, ya que de esa sobreexplotación piensan los
imperialistas alargar la vida de un capitalismo que, desde hace ya un
buen tiempo, presenta síntomas de que se encuentra ya en fase
terminal.
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