Aquiles
Córdova Morán
Hace
poco leí las declaraciones del Lic. Manlio Fabio Beltrones en un
foro virtual convocado por “Movimiento Líder”, una corriente de
opinión al interior del PRI de cuya existencia es ésta la primera
noticia que tengo. La experiencia y la autoridad políticas del Lic.
Beltrones son del dominio público y no es necesario puntualizarlas
aquí. Paso, pues, directamente a los puntos de sus declaraciones que
me interesan.
En
la reseña que leí, el Lic. Beltrones aconsejó a sus compañeros de
partido “…alejarse de los movimientos golpistas, especialmente de
los promovidos por la derecha rancia disfrazada de sociedad civil”.
Según la nota, habría agregado textualmente: «Estoy muy alejado,
es más, soy un crítico contumaz de todos aquellos que desde ahorita
están diciendo o quieren instrumentar el quitar al presidente de la
República en turno que llegó de manera contundente y democrática».
Renglones abajo, otra cita textual: «Podrá ser un gobierno malo
como lo denuncian o bueno como se enuncian, pero al final de cuentas,
estamos en un sistema democrático y existen figuras democráticas
para hacer los equilibrios y esas son las elecciones de 20-21 y la
revocación del mandato el 22.» Y en seguida: “«Los priistas
están formados en la política, los acuerdos y no en el golpismo»,
comentó”. Y otra vez textualmente: “«Para eso somos un partido
político serio y maduro, bien configurado (por lo cual) alejarnos de
ello (del golpismo derechista, entiendo yo, ACM) va a ser muy
importante», indicó”.
Todo lo transcrito lo he tomado de la columna de Fabiola Martínez,
publicada en La
Jornada
del 4 de julio de los corrientes.
Estoy
totalmente de acuerdo con dos de los puntos de vista expresados por
el Lic. Beltrones que, además, considero de vital importancia en las
actuales circunstancias por las que atraviesa el país. Esos puntos
son, primero, la imprescindible necesidad de deslindarse de quienes
combaten al gobierno actual con la vista y el corazón puestos en el
pasado inmediato anterior a la 4ª T; segundo, el llamado a no
apartarse de la vía democrática, de la lucha electoral regulada y
tutelada por nuestras leyes como la única vía legal y legítima
para ganar el poder político de la nación, si es que en verdad lo
que se busca es devolver al país la paz, el sano equilibrio entre
todas las corrientes políticas y el progreso sustentable y
equitativo para todos los ciudadanos. Para eso, en efecto, no hace
falta la violencia: estorba. Pero además, creo que ambos asuntos
están íntimamente ligados entre sí como causa y efecto: un
deslinde neto y una autodefinición puntual resultan indispensables
para que un partido, el que sea, recupere la confianza y el apoyo
popular, sin los cuales no puede ni soñar en reconquistar el poder,
solo apegándose religiosamente a las reglas democráticas.
Sin
embargo, ese deslinde respecto a la “derecha rancia” (y también,
desde luego, respecto a la falsa izquierda) no puede ni debe
reducirse a una diferencia puramente enunciativa, discursiva; a un
deslinde de palabra, aunque le añadamos el gesto positivo de una
negativa tajante a marchar junto con ellos en las batallas políticas.
Para el pueblo, para la gran masa de votantes, eso no sería
suficiente. Hace falta reconocer con profundo espíritu autocrítico
que ya antes, mucho antes de que la 4ª T llegase al poder, esas
mismas masas, la inmensa mayoría del país, se debatían en un
abismo de desigualdad, pobreza y marginación en el seno de una
economía que, según los expertos, es una de las más grandes del
mundo. Hay que reconocer con toda honradez la realidad de hechos tan
hirientes y vergonzosos como la pobreza alimentaria, la falta de
empleo, el bajísimo nivel de los salarios, la falta de una educación
de calidad con cobertura universal, de vivienda digna, de servicios
urbanos elementales y de un sistema de salud eficiente al alcance de
todo el que lo necesite. Y hay que aceptar, además, que eso ocurría
ante la vista de gobiernos emanados de los partidos que hoy son
oposición y buscan, con todo derecho, volver a gobernar.
Todas
esas carencias (y otras que no menciono por falta de espacio), que en
el gobierno de la 4ª T no han hecho más que agudizarse, deben
servir
de base a un nuevo proyecto de país que se proponga en serio la
erradicación de esas lacras sociales en un plazo relativamente
corto, y que traduzca ese compromiso en medidas muy concretas y
entendibles para la gente de a pie. Creo que esto es perfectamente
factible si un nuevo Gobierno con amplio respaldo popular pone en
juego su poder y una voluntad inquebrantable para alcanzar un acuerdo
en tal sentido con la iniciativa privada; es decir, si ambas
entidades logran entender que esta es la única vía segura para
librarnos, todos, de una catástrofe social de dimensiones
impredecibles. Lo que actualmente ocurre con el gobierno de Morena
puede ayudar a allanar el camino a tal acuerdo. Pienso, finalmente,
que un proyecto de tales características jugaría el papel de un
deslinde en todos sentidos, como atinadamente aconseja el Lic.
Beltrones, y que bastaría, además, para colocar a cualquier partido
en la ruta del triunfo democrático. Porque el verdadero error de la
“derecha rancia” no es el golpismo, sino su ciego empeño en
devolvernos al pasado reciente sin modificarle un ápice, como si
aquello fuera el Paraíso Perdido. El pueblo ya no está dispuesto a
tragarse esa rueda de molino.
Respecto
al llamado a atenerse a la vía democrática y pacífica para
reconquistar el poder, me parece muy claro que equivocarse en eso y
elegir, por ejemplo, el camino del golpismo, sería un error fatal
para el país; sería abrir la compuerta a la violencia social que,
como un río salido de madre, sería una fuerza ciega que causaría
males y calamidades mayores y más graves que los que se pueden
remediar. Y que eso se puede evitar fácilmente ateniéndonos todos a
las reglas democráticas en las que hemos decidido vivir. Pero es
necesario subrayarlo: hace falta que todos,
absolutamente todos,
pueblo y gobierno, nos sujetemos a las reglas previamente
establecidas y a las instituciones electorales previamente
designadas. En caso contrario, si alguno de los actores,
particularmente si es uno tan poderoso como el propio gobierno,
intenta cambiar subrepticiamente las reglas o modificar la
composición de las instituciones cargando así los dados en su
favor, la democracia pierde automáticamente su autoridad, toda su
respetabilidad y su legítimo derecho a exigir obediencia y
acatamiento irrestricto a su veredicto. Pierde por tanto su capacidad
para preservar la paz y servir de dique a la violencia.
Por
eso me parece indispensable que al llamado maduro y responsable del
Lic. Beltrones, hay que agregarle sin falta el llamado a que todos
los mexicanos respetemos y preservemos las reglas y las instituciones
democráticas; que todos exijamos a una voz que cualquier
modificación a las mismas se haga con estricto apego a las leyes
aplicables al caso. Este añadido no es gratuito. Todos sabemos del
propósito clientelar con que actualmente se manejan los programas de
gobierno, particularmente los que consisten en transferencias de
dinero en efectivo a las familias pobres, a los adultos mayores y a
los jóvenes en edad de votar; y lo mismo ocurre con los créditos a
las micro y pequeñas empresas. Se sabe que muchos de tales programas
ni siquiera cuentan con una normatividad clara para su operación. El
acceso a tales programas tampoco es transparente y abierto al
público; sus dineros se “dispersan” según padrones semisecretos
levantados, también secretamente, por miembros de Morena que no se
recatan para hacer proselitismo político con ellos.
Son
del dominio público los ataques presidenciales al INE y a los
consejeros insumisos, ataques que buscan debilitar el prestigio y la
autoridad de esa institución, y junto con eso, se conocen los
trapicheos para colocar en las cuatro plazas vacantes del INE a puros
incondicionales de Morena. No ha pasado un mes desde que el ciudadano
Presidente nos sorprendió con la nueva de que se ha autonombrado
guardián de la limpieza y la transparencia de las elecciones que
vienen, pasando por encima de las atribuciones legalmente del INE y
olvidando que, en el mundo entero, nadie puede ser juez y parte en
una causa que le atañe directamente. Finalmente, como un ejemplo
más, cito lo que dijo la columna Frentes Políticos de Excélsior
del 5 de julio: “Nunca cambian. De cara al inicio del año
electoral 2021, los Congresos estatales de al menos 10 estados
realizan reformas que, acusan las minorías legislativas, favorecen a
la mayoría de Morena o a los gobernadores”. Luego la columna
asegura que “…en Tabasco, Morelos, Puebla y Veracruz han
avalado, o están por hacerlo, modificaciones para la desaparición
de instancias electorales, la intervención gubernamental en los
organismos encargados de los comicios, la reducción de recursos a
los partidos y el incremento del número de legisladores. Todo con
tal de tener el control de los resultados electorales”.
La
amenaza, pues, es real. Por eso creo que es deber de todos los que
podemos hacerlo, alertar desde ahora al país sobre los peligros que
se ciernen sobre nuestra democracia y sobre la paz y la estabilidad
de toda la sociedad. No hacerlo así y limitarse a llamar a los
ciudadanos a no abandonar el camino democrático, puede resultar
ingenuo y suicida. Porque ya se ha dicho (y espero que valga la
analogía): predicar la paz a los débiles y desarmados mientras se
guarda silencio frente a los guerreristas armados hasta los dientes,
es un error o una manera disimulada de apoyar a éstos últimos.
Predicar el respeto a la democracia a los que no tienen más remedio
que hacerlo, y no denunciar las maniobras y trapacerías de quienes
se aprestan a forzarla y prostituirla, puede ser pura ingenuidad o
propósito deliberado de ayudar a los violadores, pero el resultado
será exactamente el mismo: la destrucción de la paz social.
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