Escrito por Laura Elizondo Williams , Socia Directora Lexium y Experta en Educación
21
de mayo del 2020, Ciudad de México, México- ¿Y si hoy te cuento una
historia, la leerás? Es una historia sobre nosotros, sobre cuando las
circunstancias nos obligaron a repensar la forma en la que hacíamos las
cosas, una historia de cambios vertiginosos, que no estoy segura si te
gustará.
¿Y
si te la cuento, me ayudarás a que más personas la conozcan? Imagino
que lo harás, porque nos conviene a todos. Pues bien, en el mes de marzo
del año 2020 en México, súbitamente la educación formal de 36 millones
de niños y jóvenes fue seriamente replanteada.
No
es necesario comentar sobre las circunstancias que obligaron a este
replanteamiento, todos las sabemos y seguramente estará escrito en los
libros de historia por largo tiempo y se le conocerá como “La
Pandemia”.
De
un día para otro, los alumnos fueron obligados a quedarse en casa, en
realidad nadie les preguntó, ni pidió su opinión, la instrucción les
llegó directa y clara: “A partir de hoy deberás de modificar tu entorno
educativo y hacerlo lo mejor que puedas”.
Entonces,
para los niños, el cuarto de tele se convirtió en su nueva aula, su
mamá en su nueva maestra y la televisión o la computadora en sus libros
de texto.
Los
jóvenes vieron como sus habitaciones se transformaron en una extensión
de su preparatoria o universidad y sus compañeros en algo intangible que
se hacía presente solo a través del celular.
Se
suspendieron los descansos, el refrigerio a mitad de la mañana, la
plática con los amigos, el intercambio de información y la explicación
del compañero cuando algo se complicaba.
Los
horarios se trastocaron, las tareas se abreviaron, las calificaciones y
comentarios del maestro en los trabajos del texto o del cuaderno se
disminuyeron.
Ya
no había más filas antes de entrar al aula, ni levantar la mano para
aclarar una duda, ni siquiera el esperar el turno para exponer una idea y
el permiso para ir al baño o el esperar con ansia el descanso para
jugar al futbol y la inquietud cuando el maestro entregara los exámenes y
descubrir la nota que se obtuvo.
De
un día para otro, dejaron de preparar el uniforme por la noche, meter
los libros a la mochila, despedirse de papá o mamá en la puerta del
colegio y correr con emoción por iniciar un nuevo día de clases.
En
esta historia, fue preciso replantear la manera de impartir educación y
los adultos enfocaron sus esfuerzos en idear formas para impartir
contenidos.
Pero
para 36 millones de estudiantes, lo que se quedó en el camino, lo que
se perdió en esos meses de estar en casa, fue mucho más que
conocimientos y, seguramente, cuando ellos cuenten esta
historia,
se sorprenderán al aceptar que extrañan su escuela y no necesariamente
por lo que reciben de datos e información, sino por todo aquello que
está escondido a simple vista y que, al perderlo, se hace tan patente:
la cotidianidad, la interacción social, la rutina, la deliciosa
experiencia de crecer y aprender en compañía de los demás.
Como
experta en procesos de aprendizaje te cuento que la construcción de
conocimiento es mucho más enriquecedora cuando se hace en grupo, cuando
se dialoga, se interactúa, se intercambian ideas en un proceso continuo
que permite crecer, ya lo expuso Sócrates en su Mayéutica y Vigotsky en
su teoría Sociocultural y también, si nos diéramos la oportunidad de
entrevistar a niños y jóvenes que vivieron la experiencia “Aprende en
Casa”, podrían sustentar estas teorías.
Fue
bueno que en la época de la pandemia los chicos tuvieran la oportunidad
de seguir educándose desde sus hogares, pero es más bueno que regresen a
clases, a sus aulas, a su educación formal, concebida desde tiempos
ancestrales para propiciar esa interacción y construcción del
conocimiento en grupo que tanto bien hace al proceso de aprender.
Este
relato tiene un final feliz pues es posible que millones de estudiantes
mexicanos hayan valorado su escuela y comprendido que acudir al aula,
bien vale la pena.
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