jueves, 4 de junio de 2020

La nueva modernidad de los pobres


Jorge Morales Cruz

La pandemia del coronavirus en nuestro país ocasionó, como ocurre siempre en este tipo de sociedad donde la riqueza generada sólo beneficia a un reducido número de privilegiados, los más terribles efectos para la mayoría de la población, aquélla cuyos ingresos apenas le permiten sobrevivir: cierre de empresas y negocios y, por tanto, pérdida de empleos, imposibilitada para trabajar por su cuenta por el confinamiento, hambre y muerte.

Aunque a través de la Organización Mundial de la Salud se alertó con tiempo a todos los gobiernos del mundo, la administración encabezada por Andrés Manuel López Obrador, en una actitud irresponsable y criminal, no tomó las medidas necesarias para evitar la propagación del virus y con su mal ejemplo propició el descuido entre la población a grado tal, que muchas personas dudaban de la existencia de la enfermedad y ahora estamos sufriendo sus fatales consecuencias.

Ya con la papa caliente en las manos, las acciones gubernamentales fueron lentas, descoordinadas, insuficientes e inhumanas: se decretó el confinamiento pero sin apoyar ni económicamente ni con alimentos a la población, se cerraron empresas pero sin ningún tipo de apoyo para subsistir, se puso por encima la inversión en obras “faraónicas” y no destinaron recursos de manera oportuna y completa para la infraestructura hospitalaria y el equipo necesario para atender a los contagiados y proteger al personal de salud, que ante las graves carencias tuvo que manifestarse en las calles para que le hicieran caso.

Especial mención merece el manejo de la información por el gobierno federal, el cual asegurando que la pandemia está controlada, no brinda a los mexicanos una información verídica del número de muertos; incluso la prensa internacional pone al descubierto que López Obrador miente, cada día hay más muertos y el riesgo de contagio está aumentando. El miércoles 3 de junio hubo más de mil muertos, en México hay más de 101 mil contagiados, y llegamos a la escalofriante cifra de 11 mil 729 fallecidos.

Es indudable que tal situación genera inconformidad y protestas. Por eso el gobierno de la 4T ya tomó sus precauciones con el decreto que permite al Ejército y la Marina para reforzar el aparato que pueda contener el descontento social. Que el empleo de las fuerza es la forma de encarar la movilización social por parte del gobierno morenista, ya quedó probado en Huejotzingo, Puebla donde se encarceló a gente que solamente solicitaba apoyo de despensas.

Estoy de acuerdo con quienes dicen que el apresuramiento del gobierno de López Obrador para volver a la “nueva normalidad” encuentra su causa en el interés de gobierno norteamericano de reactivar su economía, que objetivamente está siendo desplazada en el ámbito mundial. Con acciones que no se especifican, se pretende reactivar algunas ramas de la economía, aquéllas ligadas fuertemente al aparato productivo del vecino del norte.
Por la contingencia sanitaria se paralizó el aparato productivo de nuestro país y ello puso en claro dos cosas: lo importante que son los trabajadores para el funcionamiento de nuestra sociedad y que la clase empresarial solo los ve como elemento necesario para la producción no como seres humanos a los que hay que garantizar no sólo el sustento sino las condiciones indispensables de salud y pleno desarrollo familiar.

Por eso, ahora que se requiere quedar bien con el amo, se declara que ya podemos integrarnos a la “nueva modernidad”, que ya no hay peligro, que de manera gradual se reactivarán todas las actividades en todos los sectores. Pero la realidad nos dice que sigue aumentando el número de muertos y que ni el gobierno ni los patrones van a garantizar condiciones para evitar un contagio masivo.

Para los pobres de México, la “nueva normalidad”, no es la adecuación de la vida cotidiana con normas y hábitos para prevenir un posible contagio. Significa exponer nuestra vida y la de nuestros seres queridos con tal de ganar lo indispensable para el sustento diario. Eso, o morirse de hambre confinado en la casa. Más muerte y pobreza es lo que augura esta disposición del gobierno federal.

Ante este tétrico panorama se hace necesario, en primer lugar, no dejarse engañar con el discurso del presidente de la república; segundo, abandonar la actitud paciente y conformista y pararse a denunciar y protestar, si bien no en forma masiva, si a través de otras formas y mecanismos que permitan vincularnos y coordinarnos en la acción, y tercero, confiar en la fuerza numérica de los desposeídos, la cual sí puede lograr un cambio tanto en la forma de gobernar este país como en las condiciones de vida y de trabajo de todos. El actual gobierno ya demostró cuál es su verdadero interés y ese no somos los mexicanos pobres.

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