Jorge Morales Cruz
La pandemia del coronavirus en nuestro país ocasionó, como ocurre
siempre en este tipo de sociedad donde la riqueza generada sólo
beneficia a un reducido número de privilegiados, los más terribles
efectos para la mayoría de la población, aquélla cuyos ingresos
apenas le permiten sobrevivir: cierre de empresas y negocios y, por
tanto, pérdida de empleos, imposibilitada para trabajar por su
cuenta por el confinamiento, hambre y muerte.
Aunque
a través de la Organización Mundial de la Salud se alertó con
tiempo a todos los gobiernos del mundo, la administración encabezada
por Andrés Manuel López Obrador, en una actitud irresponsable y
criminal, no tomó las medidas necesarias para evitar la propagación
del virus y con su mal ejemplo propició el descuido entre la
población a grado tal, que muchas personas dudaban de la existencia
de la enfermedad y ahora estamos sufriendo sus fatales consecuencias.
Ya
con la papa caliente en las manos, las acciones gubernamentales
fueron lentas, descoordinadas, insuficientes e inhumanas: se decretó
el confinamiento pero sin apoyar ni económicamente ni con alimentos
a la población, se cerraron empresas pero sin ningún tipo de apoyo
para subsistir, se puso por encima la inversión en obras
“faraónicas” y no destinaron recursos de manera oportuna y
completa para la infraestructura hospitalaria y el equipo necesario
para atender a los contagiados y proteger al personal de salud, que
ante las graves carencias tuvo que manifestarse en las calles para
que le hicieran caso.
Especial
mención merece el manejo de la información por el gobierno federal,
el cual asegurando que la pandemia está controlada, no brinda a los
mexicanos una información verídica del número de muertos; incluso
la prensa internacional pone al descubierto que López Obrador
miente, cada día hay más muertos y el riesgo de contagio está
aumentando. El miércoles 3 de junio hubo más de mil muertos, en
México hay más de 101 mil contagiados, y llegamos a la
escalofriante cifra de 11 mil 729 fallecidos.
Es
indudable que tal situación genera inconformidad y protestas. Por
eso el gobierno de la 4T ya tomó sus precauciones con el decreto que
permite al Ejército y la Marina para reforzar el aparato que pueda
contener el descontento social. Que el empleo de las fuerza es la
forma de encarar la movilización social por parte del gobierno
morenista, ya quedó probado en Huejotzingo, Puebla donde se
encarceló a gente que solamente solicitaba apoyo de despensas.
Estoy
de acuerdo con quienes dicen que el apresuramiento del gobierno de
López Obrador para volver a la “nueva normalidad” encuentra su
causa en el interés de gobierno norteamericano de reactivar su
economía, que objetivamente está siendo desplazada en el ámbito
mundial. Con acciones que no se especifican, se pretende reactivar
algunas ramas de la economía, aquéllas ligadas fuertemente al
aparato productivo del vecino del norte.
Por
la contingencia sanitaria se paralizó el aparato productivo de
nuestro país y ello puso en claro dos cosas: lo importante que son
los trabajadores para el funcionamiento de nuestra sociedad y que la
clase empresarial solo los ve como elemento necesario para la
producción no como seres humanos a los que hay que garantizar no
sólo el sustento sino las condiciones indispensables de salud y
pleno desarrollo familiar.
Por
eso, ahora que se requiere quedar bien con el amo, se declara que ya
podemos integrarnos a la “nueva modernidad”, que ya no hay
peligro, que de manera gradual se reactivarán todas las actividades
en todos los sectores. Pero la realidad nos dice que sigue aumentando
el número de muertos y que ni el gobierno ni los patrones van a
garantizar condiciones para evitar un contagio masivo.
Para
los pobres de México, la “nueva normalidad”, no es la adecuación
de la vida cotidiana con normas y hábitos para prevenir un posible
contagio. Significa exponer nuestra vida y la de nuestros seres
queridos con tal de ganar lo indispensable para el sustento diario.
Eso, o morirse de hambre confinado en la casa. Más muerte y pobreza
es lo que augura esta disposición del gobierno federal.
Ante
este tétrico panorama se hace necesario, en primer lugar, no dejarse
engañar con el discurso del presidente de la república; segundo,
abandonar la actitud paciente y conformista y pararse a denunciar y
protestar, si bien no en forma masiva, si a través de otras formas y
mecanismos que permitan vincularnos y coordinarnos en la acción, y
tercero, confiar en la fuerza numérica de los desposeídos, la cual
sí puede lograr un cambio tanto en la forma de gobernar este país
como en las condiciones de vida y de trabajo de todos. El actual
gobierno ya demostró cuál es su verdadero interés y ese no somos
los mexicanos pobres.
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