·
Desde la década de los 80s, México no ha pasado de
ocupar el sexto lugar mundial en superficie agrícola incorporada a sistemas de
riego
·
Estas zonas aportan anualmente alrededor del 50 por
ciento de la producción de alimentos
·
La demanda actual exige la importación de maíz,
frijol, arroz, trigo y soya
Desde la década de 1980, la
construcción de grandes obras de almacenamiento de agua para riego en México,
dejó de ser prioritaria debido a la reducción paulatina de inversiones del
gobierno federal y de particulares; una rehabilitación diferida de los sistemas
de riego y presas de almacenamiento –lo cual provoca desperdicio del líquido—poca
incorporación de tecnologías modernas de distribución, y efectos adversos del
cambio climático de las últimas dos décadas, ponen en serio riesgo el sistema
productivo de alimentos en poco más de 6.1 millones de hectáreas en el
territorio nacional.
En el país operan unos 80 Distritos de
Riego, que comprenden 3.7 millones de hectáreas, y unidades de riego que
aprovechan el agua subterránea, con cobertura de 2.4 millones de hectáreas. En
los distritos el promedio de eficiencia en el uso del agua, no llega al 40 por
ciento, lo cual indica un desperdicio de agua almacenada –cuyo metro cúbico ya captado tiene un valor
alto— por alrededor del 60 por ciento.
Este fenómeno se explica por la gran
cantidad de distritos de riego que utilizan el sistema de distribución por
inundación de las parcelas, con el consecuente desperdicio por filtración y
evaporación. Sin embargo, en los sistemas de riego que utilizan de agua del
subsuelo, se da un esquema de alta eficiencia como efecto de inversiones en
equipos de distribución puntual, con sistemas presurizados, tanto de riego por
aspersión como por goteo.
Por otra parte, los pequeños
productores con superficies de menos de 10 hectáreas en condiciones de
temporal, tanto propietarios como ejidatarios y comuneros en todo México, se
han visto mucho más afectados por la irregularidad del régimen de lluvias, derivado
del cambio climático.
Además, por la inconsistencia de los
servicios institucionales de apoyo, tanto para la preparación de tierras como para
el uso de insumos modernos, fertilizantes y semillas fundamentalmente, a lo que
se añade una política de precios de sus productos que no termina de definirse
por la falta de una estructura gubernamental que fue desmantelada por el actual
gobierno de servicios al campo.
Desde hace más de tres décadas, el
gobierno federal abandonó el interés de realizar nuevas obras de
infraestructura hidráulica, dar mantenimiento a las existentes y delegar en
cierta medida estas obligaciones a los usuarios, sin radicar los recursos
suficientes para esos efectos, de manera que existe un déficit que se acumula,
estimado por técnicos en unos 30 mil millones de pesos.
En resumen, los retos de aumentar los
índices de producción y productividad en zonas que cuentan con agua para riego,
están determinados por el cambio de sistemas de uso del agua por esquemas que
garanticen su uso eficiente; la promoción de cultivos que garanticen la
autosuficiencia alimentaria; abatir el rezago en la incorporación de nuevas
áreas al riego, y “borrar” ese desperdicio de agua en una distribución del
vital líquido que evite el desperdicio por filtración y evaporación, derivados
de técnicas obsoletas en uso del agua.
Es necesario hacer hincapié en la
necesidad de devolver a las presas del país, su capacidad de almacenamiento,
perdido por la falta de obras de rehabilitación y azolve cada temporada de
lluvias. Es decir, les ingresa una cantidad extraordinaria de materiales de
todo tipo, incluso automóviles que son arrastrados por las crecientes de los
ríos alimentadores.
Son cerca de 140 embalses en todo el
país dedicados en su mayor parte al almacenamiento de agua para riego, de muy
diversos tamaños, que iniciaron su construcción a partir de 1926 cuando el
gobierno federal creó la Comisión Nacional de Irrigación, y posteriormente, en
1947, que se instituyó la poderosa Secretaría de Recursos Hidráulicos,
desaparecida en 1976.
En los últimos años el cambio climático
se ha convertido en uno de los componentes en la modificación de climas y uso
de las superficies en función de su disponibilidad de recursos naturales.
Estudios de investigadores y técnicos en estas materias, afirman que el
territorio mexicano experimenta un cambio orientado al deterioro de las
diferentes regiones ecológicas.
Se da el ejemplo de que, en la región
norte de la República Mexicana, el clima es cada vez más seco. La presencia de
lluvias experimenta una escasez progresiva, misma que conduce hacia la
desertización. El desierto de Chihuahua no ha dejado de avanzar en estados
circunvecinos de la entidad más grande de México, y ya llega hasta Zacatecas,
Aguascalientes y San Luis Potosí.
En total, son más de 100 millones de
hectáreas (aproximadamente 200 millones integran el territorio nacional) que
presentan algún grado de desertización, sin que este problema se enfrente con
la decisión que merece la conservación de los recursos naturales y la vida del
mundo en el futuro.