La
falta de información en los regímenes cerrados impide la toma de decisiones
informadas. Una inundación de desinformación tiene los mismos efectos dañinos.
CDMX
a 19 de Enero de 2017.- El año pasado fue un año sombrío para las democracias
de todo el mundo, ya que el disgusto con las instituciones y la clase política
ha llegado a un punto de ruptura. El Brexit triunfó sobre el sentido común y la
defensa común en Inglaterra. Políticos de extrema derecha prosiguieron su
marcha hacia el poder en la Europa continental. Y la victoria de Donald Trump
en los colegios electorales de EE.UU aseguró la elección de un populista
demagogo que critica abiertamente al sistema democrático.
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Mientras
nos acercamos a su toma de posesión, Trump está liderando una disputa pública
sobre si creer al editor jefe de WikiLeaks, Julian Assange, y a la propaganda
rusa en lugar de las voces combinadas de agencias de inteligencia
estadounidenses y extranjeras, funcionarios electos y los principales medios de
comunicación a través del espectro ideológico.
Aunque
el alcance exacto y el impacto de su informe sigue bajo escrutinio, la oficina
del director de inteligencia nacional declaró a principios de mes que
operadores rusos hackearon y manipularon las elecciones presidenciales de los
Estados Unidos, el bastión histórico de la democracia republicana. Entre los
informes más concretos de estos ataques, es posible pasar por alto la gravedad
de otro ataque a la habilidad de la democracia para representar al pueblo: la
desinformación.
La
falta de información en los regímenes cerrados roba al público la capacidad de
tomar decisiones informadas, pero, en el otro extremo, una inundación de
desinformación también tiene efectos muy dañinos.
Los
costes de difusión de información también se han reducido en la era de
Internet. Así pues, también lo ha hecho el coste de la interferencia electoral.
La elección de Trump confirmó que el poder de Internet para diseminar información
a bajo coste, y con una menor responsabilidad, puede desempeñar un papel
transformador en el fortalecimiento o la socavación del proceso democrático.
El
ritmo al que se genera la información es más elevado que nuestra habilidad para
procesarla. Las fuentes tradicionales como periódicos y televisiones están
siendo rivalizadas por los blogs y las redes sociales, donde individuales
pueden llegar a millones de personas en segundos. Y como el volumen puede
reducir la calidad, armas como las “noticias falsas” son cada vez más
poderosas.
El
hackeo de ordenadores y la propaganda no son nada nuevo en las relaciones
internacionales, pero eso no quiere decir que las interferencias sean
aceptables. Más allá de mover agendas, la propaganda se utiliza para distraer,
confundir y, en general, debilitar la capacidad de las personas para realizar
sus deberes necesarios como ciudadanos de una democracia. A medida que la
desinformación prolifera, es menos probable que las personas crean en lo que
leen.
En
lugar de preguntarnos si la desinformación persistirá – porqué lo hará mientras
se considere eficaz – debemos preguntarnos cómo nos defenderemos de ella.
La
sobrecarga de información ha llevado a las personas a recurrir a sus propios
métodos de filtrado de noticias. Algunas personas se cierran a todo y, esta
falta de información, les convierte en votantes fácilmente manipulables. Otros,
luchando por verificar la validez de las noticias que leen, podría prestar
atención sólo a la fuente, en un esfuerzo por conservar los recursos mentales y
evitar ahogarse en un mar de información.
Mientras
el desarrollo de redes personales de fuentes de información fiables es útil,
puede resultar en la priorización de tribus sobre la democracia, lo que puede
jugar un papel decisivo sobre los hechos a creer y los hechos a descartar.
Esta
es, de hecho, una paradoja central de la era de Internet: el fácil acceso a una
gran cantidad de información no se traduce necesariamente en una mayor apertura
y transparencia. De hecho, ocultar la verdad puede ser más fácil.
Llegados
a este punto, por ejemplo, muchas personas no encuentran diferencia entre la
pérdida de emails del servidor privado de Hillary Clinton y emails del DNC
robados por Rusia y distribuidos por WikiLeaks. Y tras descubrir tantas
historias relacionadas durante tanto tiempo, ¿puede alguien describir con
precisión la verdadera relación de Trump con la oligarquía rusa?
Cuando
nos vemos forzados por sobrecarga a sustituir los hechos y la información por
impresiones y sentimientos, es más sencillo manipularnos.
Vladimir
Putin ha entendido, desde hace tiempo, cómo aprovechar la psicología humana y
cómo usar la desinformación para avanzar en sus objetivos. Las grandes fábricas
de trolls y las operaciones encubiertas del FSB que supervisa apunta, ante
todo, a abrumar a los consumidores de los medios de comunicación. Una vez la
gente está completamente frustrada y desconfía de todas las fuentes, se vuelve
más fácilmente presa de sus impulsos humanos básicos, como la invocación del
nacionalismo, el miedo del otro o la glorificación del pasado.
El
objetivo de la desinformación no es sólo proporcionar información errónea o
promover una agenda específica. Es devaluar todo el concepto de verdad e
inculcar un estado de duda perpetua y confusión.
No
podemos cuantificar el impacto de las técnicas de Putin en el voto, pero
podemos decir con certeza que su intromisión ayudó a expandir las divisiones
existentes en la sociedad americana en grupos de identidad más hostiles.
Impulsados por el miedo y la incertidumbre, muchos estadounidenses se retiraron
a los rincones familiares de la religión, la raza, el partido y la clase en
lugar de abrazar ideales compartidos.
No
abogo por que el gobierno y los medios de comunicación no sean cuestionados por
el pueblo, pero creo que debe mantenerse un equilibrio y un grado de buena fe
en las instituciones que lo merecen. En democracia, debe haber un lugar para la
verdad, un espacio que permita el diálogo, la comprensión y la cooperación, y
los sinceros esfuerzos bipartidistas para revelar dicha verdad.
Desafortunadamente,
ningún candidato presidencial ha emergido para unir a los norteamericanos. En
su lugar, los Estados Unidos tienen a un presidente electo que está demasiado
dispuesto a avivar las llamas de la división para avanzar en su éxito personal.
Espero que estados unidos pueda hacer una resolución colectiva para revivir los
valores de apertura, integridad y colaboración que mantienen fuerte la
democracia.
Trump
ganó las elecciones, no hay vuelta atrás. La clave será recordarle a él y a sus
seguidores que fue elegido presidente de una república democrática, no un
emperador, y que el imperio de la ley es el motivo por el que Estados Unidos ha
sobrevivido y prosperado durante tanto tiempo.
Junto
con muchos otros países, Estados Unidos está presentando un resurgimiento de
fuerzas que exigen el retorno a un oscuro pasado, con creencias sectarias y
poderes regionales triunfando sobre los valores universales. La batalla entre
la modernidad y el arcaísmo no es nada nuevo, pero ahora se está librando en el
ciberespacio, y lo que rechazan el progreso tienen el mismo acceso a los frutos
de la tecnología.
Para
combatir el caos y el constante hundimiento de nuestras instituciones, debemos
recordar que el fundamento de la democracia – que las personas deben tener voz
en su gobierno – debe permanecer indudable.
Si
bien la libre discusión es un componente clave en la libertad, también debemos
estar atentos a las amenazas de propaganda hostil, a la sobrecarga de noticias
y a la información militarizada. No podemos confiar en que las instituciones
públicas o privadas van a rescatarnos, a menos que también actuemos al
convertirnos en usuarios activos de información y tecnología. Debemos
informarnos y mantenernos críticos con nuestras fuentes, incluso cuando estemos
de acuerdo con las conclusiones.
En
la práctica, muchas acciones propuestas resultarían más peligrosas que la
enfermedad que pretenden curar. La violación de la libertad de expresión es más
peligrosa que la difusión de noticias falsas, así que ten cuidado con las
píldoras que te tomes. La censura rara vez se anuncia como censura, y casi
todas las leyes que restringen las libertades de los ciudadanos se proponen en
primer lugar como una forma de protegerlos.
Las
agencias gubernamentales deben limitarse a cumplir un rol equitativo y a
proteger a los ciudadanos de la explotación y el fraude. Deben tratar de crear
un nivel de transparencia que capacite a las personas a tomar decisiones
informadas, tal como hacen las etiquetas de los alimentos regulados que
detallan los ingredientes y lo datos nutricionales.
Hacer
que los hechos estén disponibles no es suficiente. Las entretenidas narrativas
que confirman nuestros sesgos pueden ser irresistibles, especialmente si
provienen de personas a las que apoyamos. Las teorías de la conspiración y el
contrariarismo frente las autoridades siempre son populares, especialmente en
personas que, como Trump, están ansiosas de presentarse como forasteras.
Tal
vez deberíamos empezar con un plan sobre cómo los medios de comunicación deben
comportarse en una época en la que, simplemente reportando las dos caras de una
historia, no creamos un periodismo objetivo. Junto con qué, qué a menudo y cómo
dicen las personas las cosas, necesitamos un mayor enfoque en si lo que están
diciendo es verdad. No podemos bloquear la propaganda sin herir la libertad de
expresión y nunca podemos detener que las personas crean lo que quieren creer,
pero si hacemos un esfuerzo por informar y para protegernos, podemos hacer
retroceder lenta y progresivamente las falsificaciones y los fraudes.
La
credibilidad de las democracias actuales depende del restablecimiento del valor
de la verdad, algo que ningún número de seguidores en redes sociales ni
cibercapacidades deberían ser capaces de subvertir. Por el momento, estamos
viviendo una crisis cultural en la que la propaganda tiene una ventaja táctica.
Es fácil mentir; dar con la verdad requiere un mayor esfuerzo. Pero ese
esfuerzo es la única manera de defendernos de la explotación y de nuestras democracias
de defenderse la subversión.
La
legislación pública, la política corporativa y la tecnología no nos pueden
hacer pasar por esta crisis. Como individuos, debemos sensibilizarnos y tomar
medidas.
La
verdad es una vacuna contra la propaganda y la manipulación política. El nivel
general de inmunidad de una sociedad frente a estas amenazas aumenta a medida
que más gente absorbe la verdad. La verdad, como la inyección de una vacuna,
puede ser dolorosa por un segundo, pero los beneficios superan al dolor.
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