El
domingo 2 de julio fue un día especial para la Prelatura de Cancún Chetumal,
fue un día intensamente vocacional:
Por la mañana un nutrido grupo de monaguillos
renovaron su compromiso junto con sus padres, para prestar servicio en el altar.
Los
seminaristas del Curso Introductorio recibieron su sotana en una ceremonia
solemne, y por la tarde noche, Mons. Pedro Pablo Elizondo, L.C. imponía las
manos sobre Israel Mézquita para conferirle el diaconado.
Decía
san Ignacio de Antioquía: «Los diáconos son los imitadores de Cristo porque
ellos son los servidores del obispo, como Cristo es el servidor de Dios Padre»,
por eso agrega: «A los diáconos ha sido confiada la ‘diaconía’ de Cristo».
La
ceremonia de ordenación diaconal se realizó en la parroquia de Nuestra Señora
de Fátima a las siete de la tarde y fue presidida por Mons. Pedro Pablo
Elizondo, L.C., obispo de la prelatura Cancún-Chetumal, y concelebraron cerca
de 20 sacerdotes diocesanos y religiosos.
En
la homilía manifestó que ante la ordenación
del Hermano Israel, “se alegra la Legión de Cristo, el Regnum Christi, el ECYD”, pues él fue miembro, y se alegra
también el coro de esa parroquia en el que cantó. Le dijo: “Estás a punto de recibir el orden del
diaconado, no es cualquier cosa, no se trata de qué hacer, se trata ahora de
qué ser, de la transformación que tendrás. Ahora quedarás capacitado en el
servicio del altar, de la caridad, en el servicio a los demás. Sólo se te
pedirá un gran amor pastoral para estar entregado totalmente a las personas.”
Posteriormente
se realizó la ordenación. La letanía de los santos fue cantada por el coro al
que un día perteneció el nuevo diácono. La comunidad estuvo muy entusiasmada al
ver ordenado a un miembro de su comunidad.
A
continuación el P. Mézquita nos comparte su testimonio: “Nací en la Ciudad de
México el 22 de julio de 1986, soy el menor de tres hijos. Al poco tiempo de mi
nacimiento, mi familia se trasladó a Cancún por motivos de trabajo. Para mí,
ésta fue la mano de Dios en mi vida que me puso ahí donde crecí en la fe… mi
niñez estuvo marcada por una intensa vida parroquial donde encontré a Cristo y
comencé una amistad con Él, de manera que cuando llegó el momento del llamado
se me presentó como el siguiente paso natural en mi crecimiento y vida
espiritual.
Agradezco
inmensamente a mi familia que fue una verdadera Iglesia doméstica donde pudo
crecer la semilla de mi vocación. Nunca me ha faltado su apoyo. Una vocación se
da dentro de una familia y es para toda la vida. Agradezco también a mi párroco, el P. John
Monaghan, L.C., quien con su ejemplo me enseñó lo que significa ser un
misionero y fiel seguidor de Jesucristo.
Dios
se vale de cualquier situación para acercarnos a Él. Un domingo, cuando yo
tenía todavía ocho años, al terminar la misa se acercó a mi papá la señorita
que dirigía el coro para invitarnos a formar parte de él a mí y a mis hermanos. Ya en casa, ante nuestra
negativa de entrar al coro –los ensayos coincidían con la hora en que veíamos
nuestra caricatura favorita: los Caballeros del Zodiaco–, mi papá nos dijo:
“pues si no van al coro, tampoco tendrán permiso de ver sus caricaturas”. Y así
comenzó nuestra alegre participación en el coro, del cual formé parte durante
nueve años. De hecho, al año siguiente mi papá se convirtió en el director del
mismo, de manera que era prácticamente una actividad familiar para nosotros.
Son
instantes que marcan nuestra vida para siempre. Instantes vividos en familia,
donde ‘Dios no necesita nuestras obras, sólo quiere nuestro amor’. No somos
nosotros quienes escogemos este camino sino Él quien nos elige.
Continuemos
buscando más momentos intensamente vocacionales en nuestro día a día,
continuemos orando por los seminaristas. Por los monaguillos, por los diáconos
transitorios… y fundamentalmente por las familias de nuestra Prelatura, para
que continúen siendo, centros de irradiación cristiana, células de amor a
Cristo, de vida de gracia y amor a la Iglesia.
Y ‘que el Señor derrame su bendición sobre todos los sacerdotes y
seminaristas que como discípulos valientes, quieren dejarlo todo y entregar su
vida al servicio del Reino’. Que el Señor les conceda la perseverancia final; y
a todos los fieles generosos que apoyan a los seminaristas, que el Señor los
colme de sus bendiciones. Así sea”.
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