| Santiago Sánchez-Migallón Jiménez
En vista de la reciente publicación del libro de Antonio Diéguez La Ciencia en Cuestión (libro que aún no he leído pero que está ya encargado), vamos a hablar un poco de Filosofía de la Ciencia, tema que hace mucho que no tocábamos en el blog. Además, vamos a entrar por la puerta grande con la nada pretenciosa intención de intentar definir la ciencia, asunto que, como no podía ser de otro modo, ha sido central en la disciplina. Y es que cuando la Filosofía se encarga de un campo concreto de estudio, la definición de dicho campo se convierte automáticamente en irresoluble objeto de controversia. Usualmente, la ciencia ha sido definida (solo a nivel epistemológico, no hablaremos aquí de la ciencia como institución) como un modo de obtención de conocimiento que, prácticamente, equivalía al método científico, siendo éste, esencialmente, el método de la Física. En este sentido, se ligó la ciencia al concepto de ley física en su sentido más básico: enunciado general inferido a través de una colección de datos particulares (es decir, como inducción). Esta concepción, propia del Círculo de Viena, trajo consigo el problema de la demarcación, cuyas conclusiones fueron muy claras: la dificultad de establecer una frontera rígida entre lo que es ciencia y lo que no es, es insalvable (Incluso para algunos como Larry Laudan, es un muy poco fructífero pseudoproblema). Si aplicamos un criterio de verificación estricto, dejamos fuera de la ciencia una gran cantidad de conocimiento asumido tradicionalmente como ciencia de pleno derecho; y si lo abrimos demasiado, se nos puede colar como ciencia mucho contenido que, igualmente, no muchos estarían dispuestos a aceptar como científico. Situar como ideal, como canon a seguir, el método de la Física, dejaba en serios problemas a un montón de disciplinas cuyo quehacer habitual distaba mucho del de la investigación física. Entre las ciencias naturales clásicas, la Biología se pone en duda al carecer de un corpus legal tan sólido como el de la Física, lo cual no deja de ser paradójico: la Biología, después de triunfar atronadoramente en los últimos siglos, primero con la teoría de la evolución y, segundo, con la genética, se pone en duda como ciencia. Del mismo modo, se ahonda la brecha entre ciencias y letras, cuando, evidentemente, los saberes humanísticos no usan una metodología que tenga parecido alguno a lo que se hace en un laboratorio de física. Entonces, ¿es la Historia una pseudociencia, es decir, pura y dura charlatanería? ¿La Filología, el Arte, la Filosofía? Y lo que es más grave, si no existe criterio de demarcación alguna llegamos a un todo vale en el que cualquier pseudociencia puede colarse como ciencia auténtica, no ya fuera del campo académico (como puede ser la homeopatía o la astrología), sino dentro de la misma universidad, tal y como evidenciaron Sokal y Bricmont y que, afortunadamente, llevó a un profundo debate sobre el tema. Creo que hay una forma de aproximarse a este problema, definiendo la ciencia y no aludiendo al método científico, que además nos llevaría a una interminable discusión acerca de en qué consiste ese método (que podría hacernos llegar incluso a la postura radical de Feyerabend: no existe ningún método científico), sino aludiendo a algo más abierto: establecer una serie de criterios, protocolos, prácticas o directrices que consideraríamos deseables para considerar una teoría científica. Sería establecer una serie de ítems de forma bastante débil: ninguno de ellos va a ser una condición necesaria ni suficiente para determinar de modo inexorable la cientificidad de una teoría, pero que, en su conjunto, pueden llevarnos a apostar por ello o, como mínimo, a ponderar de modo razonable la cientificidad de una teoría. Hay que entender que decir que algo es ciencia, no es más que hacer una valoración, un juicio axiológico, porque los ítems que vamos a proponer no son más que valores cognoscitivos, es decir, una serie de cualidades que, si son poseídas por una teoría, la consideramos valiosa. Nada más. No hay nada en estas valoraciones que nos diga que estamos ante la verdad absoluta ni que hayamos captado el ser o la auténtica realidad en sentido metafísico. Solo estaríamos aceptando la validez de una implicación: si aceptamos como valiosos una serie de valores cognitivos (propios de la tradición occidental como veremos a continuación), y una teoría los posee, entonces dicha teoría será valiosa, es decir, científica. Protocolos o valores cognoscitivos: - Contacto con la realidad. Evidentemente, es el protocolo más importante, en el sentido de que su incumplimiento total invalidaría cualquier otro (¿para qué querríamos una teoría que no habla de la realidad por muy original o matemáticamente elegante que fuera?), sin embargo, establecer en qué consiste se antoja problemático ya que el mismo concepto de realidad lo es, siendo este tema uno de los centrales en la historia de la filosofía. Reconociendo el problema estableceremos (tal y como hizo Popper) que el contacto con la realidad de una teoría se puede abordar como una cuestión de grado, midiendo una serie de indicadores que puedan decirnos el contenido empírico de una teoría. Dentro de este protocolo vemos significativos otros dos más:
- Metrización y medición de la realidad: una ciencia ha de ser capaz de delimitar con la mayor precisión posible su objeto de estudio e intentar establecer instrumentos que permitan obtener de él la mayor cantidad y calidad de conocimiento posible. En este sentido se considerará muy valioso que una teoría sea capaz de medir aspectos de la realidad que no hayan sido medidos. Se entenderá una de las conquistas de la ciencia como una progresiva metrización de la realidad. La creación de nuevas unidades de medida y su integración coherente con los sistemas de medición ya conocidos será considerado como muy valioso. Del mismo sentido y como veremos más adelante (en el protocolo 8) la teoría debería permitir o favorecer el descubrimiento de nuevos fenómenos, es decir, estar abierta a la novedad, en vez de cerrada o completa. - Preocupación por los instrumentos de observación y medición: una disciplina que se precie de científica debería tener una subdisciplina dedicada a sus propios instrumentos y herramientas orientada en dos sentidos: uno positivo como una mejora de los instrumentos y otro negativo como un cuestionamiento de la validez obtenida a través de susodichas herramientas. El filósofo de la ciencia canadiense Ian Hacking subraya que la historia de la ciencia no suele caer en la cuenta de la importancia de los instrumentos, entendiendo él que todas las revoluciones de la ciencia han sido, esencialmente, revoluciones en los instrumentos de observación. Es más, sostiene que la propia observación está cargada de práctica competente, es decir, de buen uso en la fabricación y uso de los medios de observación. - Capacidad predictiva. Es una forma muy sugerente de escapar del problema de tener que definir contacto con la realidad, ya que podemos decir de modo muy razonable que si una teoría predice lo que va a ocurrir será porque, precisamente, habla de la realidad ¿Podríamos, no obstante, tener una teoría que pronosticara correctamente el futuro y que fuera falsa? Perfectamente: es el problema de la subdeterminación de teorías: hay infinitas teorías que pueden satisfacer cualquier serie de hechos (la creencia de Bacon de que la realidad nos daría sus fórmulas matemáticas con solo observarla y recoger datos inductivamente, es un mito), que además se complementa perfectamente con la infradeterminación de teorías de Duhem-Quine: cuando refutamos una hipótesis mediante verificación experimental no refutamos la hipótesis de un modo aislado, sino que también refutamos una serie de hipótesis auxiliares, de modo que siempre podemos mantener la hipótesis principal realizando modificaciones en las hipótesis auxiliares de forma indefinida. Sin embargo, la capacidad predictiva puede, al menos, dividir las teorías que la tienen de las que no. De nuevo, siguiendo a Popper, una teoría que dé lugar a hipótesis arriesgadas (con muchos falsadores posibles) pero verificadas experimentalmente, es un signo de que estamos ante una teoría científica. O, dicho de otro modo, parece deseable para una teoría tener una estructura que permita su falsación, es decir, que establezca con claridad qué condiciones deben darse para que la hipótesis sea considerada como falsa.
- Coherencia lógica: De forma muy patente, deberíamos descartar cualquier teoría de cuyas proposiciones pueda inferirse una contradicción. Del mismo modo, se buscará que la teoría sea, igualmente, coherente con otras ciencias cuyo estatuto científico ya haya sido validado. Una teoría aislada, incoherente con el resto de ciencias, será sospechosa de considerarse pseudociencia. Como magistralmente nos muestra Mario Bunge, eso ocurre con el psicoanálisis.
- Potencia explicativa: una teoría será tanto más científica cuanto más hechos describa o pronostique. Ha parecido siempre como objetivo del saber humano, desde sus inicios en la antigua Jonia, explicar toda la realidad a partir de un único principio, de una única explicación. Tales intentaba buscar el arkhé de la physis y, siguiendo ese mismo proyecto, Newton triunfó rotundamente al explicar todo el movimiento del universo (a escala cósmica) a partir de una única ley, la de gravitación.
- Elegancia matemática: una teoría será tanto más científica cuanto más simple sea en el sentido ockhamista del término: entia non sunt multiplicanda praeter necesitatem. Igual que es deseable el alto contenido empírico, en el campo teórico pasa lo contrario: es deseable el máximo adelgazamiento.
- Acumulación de conocimiento. Consideraremos positivo para un cuórum teórico el hecho de que los conocimientos anteriores en el tiempo, perduren con el mismo grado de validez que los nuevos conocimientos. No sería aceptable la constancia plena de provisionalidad en el sentido expresado por la visión del avance científico de la obra de Kuhn. Si el conocimiento científico es un conjunto de paradigmas inconmensurables que se suceden en el tiempo, caemos en un inaceptable relativismo histórico que invalidaría automáticamente cualquier adquisición de nuevo conocimiento. A fortiori, parece absurdo aceptar como verdadero un conocimiento que sabemos, a ciencia cierta, que va a ser sustituido por otro diferente (radicalmente diferente, inconmensurable).
- Capacidad crítica. Es muy deseable que una teoría tenga mecanismos de revisión que permitan una constante alerta ante el error, ya sea a nivel epistemológico como a nivel institucional (por ejemplo, la clásica revisión por pares de las ciencias naturales, a pesar de sus problemas, constituye el ejemplo por antonomasia). Así, consideraríamos como más científica una teoría que posee mecanismos de autorrevisión y corrección.
- Aplicabilidad técnica: una teoría será más científica cuántas más cosas puedan hacerse con ella, o dicho de otro modo, cuantas más aplicaciones técnicas o tecnológicas puedan desarrollarse a partir de ella; y, lógicamente, cuántas más de esas aplicaciones sean verdaderamente útiles para los fines de nuestra sociedad. Nótese que aquí estoy menoscabando la ciencia base o la ciencia más teórica, sí, pero es que me parece obvio que una ciencia es más valiosa si nos vale para algo. No será lo mismo una demostración matemática que resuelve un enigma lógico casi como por divertimento, como podría ser refutar una variante de una apertura de ajedrez, que una investigación para la cura de una determinada enfermedad.
- Proyección futura: siguiendo la visión del progreso científico de Lakatos, un ítem de cientificidad podría ser establecer si la teoría constituye un programa de investigación progresivo o degenerativo. Un programa progresivo será el que es capaz de proporcionar una heurística positiva y negativa, en el sentido en que permita nuevos descubrimientos proporcionando unas directrices de lo que se debe o no hacer, de qué caminos hay que seguir y qué caminos parece que están agotados.
Creo que, aunque si somos sutiles, podríamos encontrar teorías científicas que puntuaran muy bajo en este conjunto de ítems, su aplicación serviría para diferenciar con claridad meridiana la ciencia de las clásicas pseudociencias: creo que la astrología, frenología, numerología, quiropráctica, iridología, ufología, etc. se diferenciarían muy bien de las ciencias clásicas. Por otro lado, las humanidades no deberían, en términos generales, ser examinadas con estos ítems porque muchas de las disciplinas tradicionalmente clasificadas como "de letras" no son ciencias, sin que esto les quite un ápice de valor. Por ejemplo, las artes no pueden ser evaluadas como ciencias porque no tienen nada que ver con ellas: ¿Hay algo de aplicabilidad técnica, coherencia lógica o capacidad predictiva en una sinfonía de Bach o en un cuadro de Velázquez? ¿Y eso les resta valor?
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario