Por Laura Elizondo Williams, directora de Lexium y experta en Educación
02
de abril del 2020, Ciudad de México, México- ¿Cuánto tiempo debe
dedicar un alumno en el aula, al día, al mes y al año para prepararse en
aprender y educarse?
Hasta
este año escolar, el tiempo en educación básica se proponía en 190
días, los otros 175 días, es decir, la otra mitad, transcurriría fuera
del aula, ya sea en fines de semana o vacaciones.
Hoy,
estamos enfrentando una situación desconocida para muchos alumnos y,
francamente muy conocida para chicos que habitan en estados como Oaxaca,
Guerrero y Michoacán donde el paro de actividades escolares debido a
inconformidad de los docentes ha sido una constante durante ya varios
años.
Hoy,
con el cierre de las escuelas y colegios particulares a nivel nacional
debido a la contingencia, podemos todos entender por fin a esos padres
de familia y a esos alumnos a los que, de un día para otro se les
cancela su proyecto y deben de reinventarse, hoy, dentro de las
consecuencias de este paro nacional, queda una positiva, la empatía, la
comprensión de las implicaciones que tiene para un niño mexicano el no
otorgarle con cabalidad uno de los derechos básicos, una educación
constante.
Este
año, nos enfrentamos en todos los niveles, a un ciclo escolar
fragmentado en el que, no se acudirá a clases formales al menos un 20%
del ciclo escolar, para comprender las consecuencias es preciso analizar
primero lo que se pierde en esta medida de cancelación:
Se
pierde la constancia del quehacer cotidiano y habrá que reinventarla en
casa, estableciendo rutinas y procedimientos lo más rápido posible.
Se
pierde el contacto social con los compañeros que nutre y educa, quizás
en la misma proporción, que los contenidos educativos, habrá que
rediseñar actividades en casa que los sustituyan.
Se
pierde la figura de autoridad que se percibe como la que enseña y a la
que se debe de obedecer y, en su lugar, aparece un padre de familia
obligado a incorporar a sus actividades una que quizás no domina y no
quiere realizar, habrá que comentar en familia y posicionar al adulto
más capacitado para que realice la labor de tutor además de la de padre.
Se
pierde la pedagogía para enseñar aprendizajes nuevos, es decir los
procedimientos estandarizados y el cuidado con el que se deben de
abordar, habrá que invitar al nuevo tutor familiar a que dedique tiempo a
estudiar antes de tomar su papel de tutor de contenidos.
Se
pierde la motivación por aprender en un entorno formal, donde existen
más compañeros y se respira un ambiente de invitación al aprendizaje,
habrá que reacomodar los espacios de casa para simular lo más posible el
entorno escolar durante las horas de estudio.
Se
desgasta la autoridad paterna al agregarse una actividad difícil, la
escolar, a la ya complicada tarea de convivir durante todo el día en
casa.
La
buena noticia es que estas pérdidas serán temporales y el alumno
regresará al aula, el padre otra vez enviará a su hijo a la escuela y,
es probable que, al hacerlo, ambos se sientan agradecidos con volver a
la normalidad y ambos, hayan aprendido la importancia de la
cotidianidad, de contar con una aula que los acoja, un docente que los
enseñe y un entorno propicio para la educación escolar, además, y con
suerte, todos comprenderemos la tragedia de muchas familias mexicanas
que se enfrentan a ciclos escolares fragmentados y seremos más
empáticos.
Hoy,
una contingencia fuera de toda proporción nos ha obligado a tener un
ciclo escolar fragmentado y debemos echar mano a nuestra voluntad,
entereza y sabiduría para que, lo que se pierda en el camino sea poco y
que las experiencias vividas, al final, nos dejen a todos, niños,
jóvenes y adultos, más fortalecidos.