Por Pablo Pereyra Portugal, Chief Revenue Officer de 2innovate
Desde hace más de una década, las instituciones
financieras han abrazado la transformación digital con entusiasmo, invirtiendo
millones en renovar sus aplicaciones móviles, rediseñar portales web y
automatizar procesos internos. En muchos casos, esa transformación ha sido
celebrada como un éxito bajo los términos “más rápida” o “más amigable”. Pero
esa narrativa puede ser engañosa. Porque mientras la superficie brilla, el
corazón operativo —la capacidad real de ejecutar transacciones con agilidad,
seguridad y flexibilidad— continúa anclado en arquitecturas legadas y esquemas
de hace 30 años.
El resultado: proveedores de servicios financieros que
lucen modernos, pero que siguen operando con infraestructuras que ya no
responden a los hábitos ni a las exigencias de los usuarios actuales.
Plataformas que, aunque visualmente atractivas, no logran acompañar la fluidez
que hoy se espera de cualquier operación financiera. Porque el verdadero
diferencial competitivo no radica solo en la estética o en la velocidad de
carga de una app. Está en la capacidad de conectar, mover y procesar dinero de
manera fluida, interoperable y en tiempo real. Está, precisamente, en la
transacción.
Y ese cambio de paradigma —de lo digital a lo
transaccional— exige mucho más que una capa de pintura brillante. Requiere dar
la bienvenida a múltiples rieles de pago, integrar APIs abiertas, y rediseñar
la arquitectura bancaria desde la lógica del dato y no del canal. Es un salto
complejo, pero inevitable.
Un sistema construido para el ayer
En pleno auge de la economía digital, gran parte del
sistema bancario en América Latina sigue operando con herramientas del pasado.
Más del 60% de las transacciones aún se procesan sobre infraestructuras
centralizadas1, incapaces de ofrecer la velocidad, flexibilidad e
interoperabilidad que exige el presente. No es un dato aislado: el 59% de las
instituciones aún lidian con sistemas heredados que limitan su capacidad de
adaptarse, según un estudio de Accenture2. Es decir, mientras el mercado se mueve en tiempo
real, muchos bancos todavía están atrapados en arquitecturas pensadas para otro
siglo.
Y en paralelo, los usuarios elevan la vara: ya no
comparan a su banco con otros bancos, sino con la fluidez de aplicaciones como Ualá,
Mercado Pago o incluso WhatsApp. Buscan inmediatez, integración y simplicidad.
Sin embargo, muchas instituciones continúan priorizando el rediseño de
interfaces por encima de una evolución real de sus capacidades transaccionales,
como si la experiencia visual pudiera compensar las limitaciones del motor que
opera por detrás.
Múltiples rieles, un solo objetivo: relevancia
Hoy el dinero se mueve por múltiples autopistas:
transferencias bancarias, billeteras digitales, pagos instantáneos, QR
interoperables y, en ciertos casos, blockchain. El desafío para la banca ya no
es construir su propia vía, sino saber integrarse de forma inteligente a todas
las existentes. En Brasil, por ejemplo, el sistema PIX ya superó en volumen a
las transferencias tradicionales, demostrando que la adopción de nuevos rieles
no es una tendencia futura: es una realidad instalada.
Integrar múltiples rieles no solo amplía la cobertura
del servicio. También reduce costos por transacción, disminuye los tiempos de
procesamiento y habilita nuevas fuentes de ingresos. Pero para lograrlo, se
necesita algo más profundo: una arquitectura bancaria abierta, desacoplada y
preparada para operar en entornos híbridos. Es ahí donde plataformas como Frame
Banking™ comienzan a marcar una diferencia estratégica.
Un entorno modular, que permita a las instituciones
financieras integrar y desintegrar servicios según las necesidades del mercado,
se vuelve esencial para mantener la relevancia. Esta flexibilidad permite
responder con agilidad tanto a los cambios regulatorios como a las nuevas
expectativas de los clientes. En ese modelo, las APIs abiertas cumplen un rol
clave: habilitan la conexión con terceros —como fintechs y desarrolladores— y
fomentan la creación de ecosistemas colaborativos que potencian la innovación.
El resultado no es solo mayor eficiencia operativa.
También se habilitan nuevas oportunidades de negocio, se acelera el
time-to-market de productos digitales y se mejora sustancialmente la
experiencia del cliente. Así, las instituciones financieras no solo se adaptan:
evolucionan.
En conclusión, las instituciones deben de la estética a
la esencia
La verdadera transformación digital en la banca no se
trata únicamente de ofrecer interfaces atractivas. Se trata de una
reconfiguración profunda de la infraestructura transaccional. Adoptar múltiples
rieles de pago, integrar APIs abiertas y evolucionar hacia una arquitectura
modular ya no es una ventaja competitiva: es una condición para mantenerse
vigente.
Es momento de mirar más allá de la superficie. Y de poner
sobre la mesa de planificación una transformación que no solo se vea bien, sino
que transforme de verdad.
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