Brasil
Acosta Peña
Eran las 7 de
la mañana cuando nos reunimos en el barrio Fundidores dispuestos a
celebrar el contundente triunfo electoral del compañero Biólogo
Jesús Tolentino Román Bojórquez. Estaba convocado el pueblo de
Chimalhuacán quien sabía de su triunfo y de las perspectivas que se
ponían frente a él, pues la esperanza de progreso fue sembrada
desde la campaña política de Tolentino. La gente estaba
entusiasmada, dispuesta, segura de sus éxitos y, no solo eso,
contenta de lo que había conseguido. En esa ocasión Eréndira y
Alvarito, un par de niños talentosos que participaban en todos los
eventos culturales del Movimiento Antorchista de Chimalhuacán
cantando con sus lindas y melodiosas voces, fueron convocados para
celebrar la toma de posesión del nuevo Ayuntamiento; acudieron
gustosos y orgullosos de poder estar el día en que se celebraría un
triunfo y un cambio trascendente para Chimalhuacán.
Cuando
llegamos, el panorama se ensombreció con la presencia de personas
armadas y apostados en el interior del edificio, en el techo de la
presidencia y en una calle transversal al cuadro que conforma la
presidencia municipal. Después se supo que había un pasillo que
conectaba a la presidencia con unas casas contiguas y se supo también
que tenían que ver con las propiedades de Guadalupe Buendía alias
“la loba”, por donde se internaron los atacantes. Era visible que
detrás de esa macabra presencia había un plan igualmente macabro y
tenebroso. Se trataba de un intento por querer frenar lo
irrefrenable, es decir, un intento por detener el progreso mediante
la amenaza, la violencia, las armas de fuego dispuestas a atacar a
gente inocente y desarmada. En esas condiciones regresamos a los
niños cantores y esperamos a que dieran las 11 de la mañana, para
que se iniciara el acto protocolario; sin embargo, no sospechábamos
la magnitud que las cosas tomarían ni mucho menos que detrás de las
personas apostadas estaban manos siniestras que pretendían evitar
que el Movimiento Antorchista y sus aliados, es decir, las
organizaciones que conforman “El Nuevo Chimalhuacán”, llegaran a
gobernar tan importante y abandonado municipio.
Dieron
las 11 de la mañana en punto del día 18 de agosto del año 2000,
justo en ese instante sonó la campana del Ayuntamiento, que nunca
sonaba de forma regular y que, por lo mismo, comprendimos que se
trataba de una señal de ataque, pues de inmediato comenzaron a
llover piedras del techo de la presidencia municipal en contra de la
gente indefensa, al tiempo que “la loba” y sus seguidores, entre
ellos su hijo, caminaban hacia donde se encontraba un pequeño
contingente de compañeros que recibieron de ellos balazos a
quemarropa y que hicieron caer a Federico López Caballero y a Marcó
Antonio Sosa Balderas. Después de esos disparos, desaparecieron “la
loba” y sus compinches, pero no desaparecieron los ataques, por el
contrario, arreciaron y ya no se limitaron a lanzar sólo piedras,
sino que de lejos pudo verse a un individuo con pasamontañas que
portaba una metralleta y el fuego provino del techo de la presidencia
municipal y de las casas que se encontraban a un costado del jardín
municipal en la calle descrita.
A
la gente indefensa se le ordenó la retirada del lugar, pero en ese
momento, entre otros, un hombre armado se colocó en posición de
tiro frente a la iglesia de Chimalhuacán, de lo cual se deduce que
era persona entrenada en esos enseres, y descargó totalmente su
pistola contra los indefensos que huían del lugar; como este varios
más dispararon sin piedad y sin motivo a la gente indefensa. Los
rostros de desesperación de la gente, las heridas de bala, la
búsqueda de seres queridos que vinieron al evento con otros, entre
otras más cosas, son un reflejo del sentimiento que la gente
inocente sufrió en el momento de ese ataque atroz.
El
resultado: 10 muertos y 99 heridos de bala. Imagine usted, amable
lector, que esas 99 balas hubieran dado en el corazón de la gente,
la cifra de muertos se habría incrementado a 109. Ese es el nivel de
la política que estaba en su momento en el Estado de México y en el
municipio de Chimalhuacán, pues por “alguna extraña razón” la
policía estatal no intervino a pesar de que por escrito se le hizo
saber al gobierno estatal en turno de los riesgos y se le solicitó
oportunamente su intervención ante la inminente amenaza de “la
loba”, pero la falta de intervención de los cuerpos estatales
sugiere a todas luces un posible contubernio con ciertos sectores del
poder público estatal de entonces que hoy llevarán en su conciencia
la muerte de los mártires de Chimalhuacán.
Después
siguió llevar a la gente herida a los hospitales, buscar lugares
para las operaciones de las balas incrustadas en el pecho o en partes
delicadas del cuerpo de aquellos que las recibieron y que ponían en
peligro su vida. Había que buscar a todos los que habían ido,
contarlos, saber que estaban bien o ayudarlos si habían sido
heridos. Hubo algunos momentos de confusión. Sin embargo, tan pronto
como se estabilizó la cosa, fue recibida la solidaridad nacional del
Movimiento Antorchista, anunciándose una marcha nacional a Toluca
para solicitar la intervención del gobernador en turno y se
iniciaron los procedimientos legales en contra de quienes resultaran
responsables de este inhumano ataque.
El
fruto de esa solidaridad y de esa tenacidad, fue la detención de “la
loba”, de uno de sus hijos, del expresidente municipal, y de otros.
No era la primera vez que “la loba” mataba o actuaba con armas en
contra de gente indefensa, a finales de los 80 y principios de los
90, a balazos quiso sacar de sus lotes a gente que los había
adquirido de manera legal e hirieron a uno de los habitantes de esos
lotes y en otra ocasión mataron al hijo de una familia en conflicto
similar. Era la época del terror de Chimalhuacán. Época en la que
hasta un microbús completo se hundió en la avenida Ignacio Manuel
Altamirano por lo que murieron más de 13 personas. Las calles no
estaban pavimentadas, había grandes riesgos a la inseguridad, sólo
había 10 camiones recolectores de basura pequeños, mugre y
desperdicios por todas partes, la avenida del Peñón era un gran
lodazal o zona de polvo, según la temporada, etc.
Pues
bien, la sangre de los mártires no fue derramada en vano, hoy se
levantan enhiestos en las obras construidas y en un municipio
completamente distinto y desarrollado con lo cual se puede y se debe
honrar su memoria; aunque sus ojos no lo pudieron ver, hoy las
familias de Chimalhuacán deben estar agradecidas y sabrán rendirles
culto, honrar su memoria, pues hoy Chimalhuacán es uno de los
municipios más desarrollados de la zona oriente, más, incluso, que
Texcoco y ello en parte se debió al sacrificio de sangre de los
Mártires del 18 de agosto de Chimalhuacán.
Aprovecho
este espacio para condenar la matanza de los compañeros antorchistas
Cecilia José Hernández, Adelaida José José, Juana Ventura José,
la joven Alma Cruz Ventura y el niño Uriel Cruz Ventura, en la zona
de Teozoatlán de Segura y Luna Oaxaca. Asimismo, para otorgarle mis
condolencias a sus familiares y la solidaridad de los antorchistas
texcocanos.
Finalmente,
también queremos recordar a nuestro camarada Darío Candelas, cuya
familia creció en Texcoco y que él, como Antorchista, dio su vida
por los humildes de México y poco ha que perdió la vida, pero nunca
dejó de luchar por los pobres de México.
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